Albert Freixas no es un valor emergente ni un jovenzuelo amante de la exposición de las redes sociales, lo que a buen seguro le aleja de radares y mentideros. Y puede que él sea el primero en asumir sin mayor melodrama esa condición de rara avis, de talento libérrimo que va a lo suyo confiando en que en algún momento el mundo decida sintonizar su frecuencia. Quien le descubra con este Chroma puede quedarse atónito, porque detrás de esa portada preciosa se encuentra uno de los trabajos más sólidos, rigurosos, excitantes y absorbentes que hemos conocido en territorio peninsular a lo largo de la temporada.

 

Freixas vivió ocho años en Londres, transita ahora por las 42 primaveras, escribe y canta en un inglés irreprochable y estuvo a lo largo de cuatro álbumes al frente de ix!, una de esas grandes bandas catalanas que no acaban de sobrepasar las fronteras territoriales. Ahora la propia apuesta por el espacio anglosajón debería contribuir a que este tercer álbum en solitario le granjeara múltiples simpatías. Porque su maridaje entre pop de autor, soul de ojos azules y unos arreglos a veces de marcado sabor jazzístico es sencillamente delicioso.

 

Ya su Oopalana nos había llamado la atención tres años atrás, pero Chroma supone un colosal paso adelante. El de Sabadell no se encierra esta vez en su cuarto, sino que le respaldan músicos de la escena jazzística barcelonesa como el contrabajista Tom Warburton, el batería Jordi Gareñas y el saxo de David Calvo, sabrosísimo en My well. Ese regusto a club nocturno convierte They say o Personal dream en cortes espléndidos y sustanciosos, pero el pop ambiental y de orondos teclados también goza de protagonismo con Coup d’etat o You made a monster. Y eso hasta llegar a Every time we fall, donde la voz lánguida, suave y sentimental de Albert se vuelve más evanescente (y londinense) que nunca. ¿O quién pensó que no se podía escribir soul con vistas al Mediterráneo?

 

Si Chroma se queda solo en los círculos de entendidos, la música de este país se estará perdiendo un colosal plato gourmet. Freixas se dobla la voz con resultados encantadores, es buen guitarrista, mejor compositor. Lo tiene todo para que nos anotemos el nombre. Olvidémonos esta vez de postureos y limitémonos –nada más, nada menos– a abrirnos de par en par los oídos.

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