La guitarra acústica que introduce In my home parece augurar un nuevo acercamiento –otro más– a los territorios del americana, pero la sorpresa, colosal, tarda en asomar tan solo 10 segundos. Ese es el tiempo que se toman los cinco integrantes de All Around Folks para introducir en escena sus dos elementos más singulares e impredecibles, el sitar y la tabla hindú. El primero aparece aquí y acullá en la tradición del pop desde que los Beatles se lo descubrieron a medio mundo en Norwegian wood (1965), pero para este quinteto madrileño no constituye un elemento circunstancial de color, sino una seña de identidad recurrente e irrenunciable. En cuanto a la tabla, su concurso es aún más insólito y audaz en el contexto de la canción occidental, pero aquí también se convierte aquí en espina dorsal. Porque la banda renuncia a la batería para que todo su armazón percutivo recaiga en un instrumento hasta ahora exclusivo de la tradición india y las músicas del mundo.

 

La fórmula es extraña, pero estimulante, insólita y, lo mejor de todo, valiente. Nada mejor que encontrar elementos distintivos para un quehacer musical, por lo demás, muy definido por la confluencia de dos voces femeninas, como tantas veces ocurre por tierras estadounidenses. Pero (y aquí seguimos con las peculiaridades) tampoco hay en ello mimetismo ni impostura. Una de las vocalistas, Kristin Wheeler, es una estadounidense de Endwell (estado de Nueva York) que conoció en Madrid a su compinche escénica, María Coronado. Más aterciopelada la primera, con más garra roquera la baza local, el contraste entre ambas se convierte en pura complementariedad.

 

Y así, entre efluvios de Nashville y aromas de Nueva Dehli, avanza un debut de belleza inesperada, un cántico de resiliencia jipi con ecos a Traffic, Harrison o el deje más étnico de James Yorkston. No sabemos si ubicarnos mentalmente en el Golden Gate de San Francisco, en lo ancho de la sierra madrileña o en Eivissa, que anotamos en cursiva porque corresponde al título del séptimo corte, seguramente el más etéreo, lisérgico y florido del lote.

 

Pero pongámosnos cómodos, en cualquier caso. Descalzos o, a lo sumo, con sandalias para la sorprendente y excelente We won the race, con permanentes cambios de velocidad y dinámica a lo largo de sus cinco minutos. Para la desnuda y descarnada Something old, something new, exhibición de las dos vocalistas en el epílogo del álbum. O para la cómplice Yourself, un himno de autoafirmación y refrendo de la diferencia, una llamada al orgullo. Y es justo la singularidad el principal argumento con el que AAF quedan más que legitimados aquí para sacar pecho.

 

 

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