Nunca el álbum de debut de uno de los más grandes artistas del siglo XX bordeó tan de cerca la catástrofe. La CBS había depositado sus mejores esperanzas en Bruce Springsteen, un joven hirsuto (por aquello de disimular la cara de niño) en el que creyeron ver un competidor para James Taylor o John Prine. El directivo John Hammond, el mismo que había fichado a Dylan, Billie Holiday o Aretha Franklin, se enamoró del muchacho nada más escuchar It’s hard to be a saint in the city, donde ya afloraba su estilo torrencial y apasionado, esa capacidad para desparramar historias confesionales con un extraño halo de universalidad. Todo eso acabó plasmándose en este debut quizá titubeante, pero en el que latían los retratos de personajes intensamente humanos (Mary Queen of Arkansas) y la primera persona a pecho descubierto: siempre me pareció conmovedora Growin’ up, tímido afianzamiento vital de un chavalillo de 23 primaveras. Hace poco se viralizó un vídeo de un concierto australiano (échale un ojo, un poco más abajo) en el que el Boss la recupera junto a un espontáneo adolescente que no puede creerse que está cantando a dúo con su ídolo, y creo que jamás he llorado tanto en YouTube. Pese a todo, como decíamos, Greetings… rozó el desaguisado: sus ventas iniciales apenas alcanzaron los 25.000 ejemplares y los nervios atenazaron a músico y discográfica, desconcertados por un patinazo monumental. Ahora, en cambio, el supuesto fiasco suena a gloria. Por For you, con Bruce en erupción. Por la negroide Spirit in the night, que el Jefe escribió pensando en Joe Cocker. Por Blinded by the light, único número 1 de Springsteen… ¡y en la versión de 1976 de Manfred Mann! Llegarían discos springsteenianos mucho mejores, cierto, pero puede que ninguno tan entrañable.

 

 

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