Lo de que “El amor está muerto” no parece el mensaje más optimista para emprender un discurso, pero también del dolor, o la desolación, puede partir el camino a la algarabía. Y en el caso de Chvrches, parece evidente que ese aguijonazo se convierte en revulsivo. Si toca ponernos sombríos, que la pena se nos difumine bailando. Y estos tres jovencitos de Glasgow se erigen en paradigma de ese contraste entre la congoja y las luces de colores, reflejadas ya en la misma tipografía de neón que salpica la contraportada.

 

Hace un par de años nos los encontramos algo desdibujados en el BBK Live de Bilbao, pero este tercer álbum huele desde el primer tema, el adictivo Graffiti, a consolidación, a rearme. Y no debe de ser nada ajeno a ese proceso el bueno de Dave Stewart, un hombre que suele conseguir para los demás lo que nunca acabó de asentar del todo en su trayectoria solista. Stewart produce como acostumbra, apuntalando grandiosidades e hipérboles y edificando un synth-pop con hechuras de himnos (Graves) y unos teclados que en ningún momento como en Never say die recuerdan tanto a los tiempos de gloria de Eurythmics.

 

En medio de ese panorama de hedonismo fatalista, de infiernos con revestimiento celestial (Heaven/Hell), el gran Matt Berninger (The National) aparece desubicado y fuera de foco en My enemy, una colaboración que no acaba de fluir. Pero no es la tónica en este álbum noctámbulo y jaranero, de subidón como antídoto frente a los desastres. Lo canta Lauren Mayberry en Miracle: “Siento que me estoy cayendo, pero intento volar”. Y sí, ese el espíritu. Si nos vamos al garete, al menos que la hecatombe resulte festiva.

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