Ana Franco y Andrés Cabanes no parecen unos artistas propios del siglo XXI, al menos en el manejo de los tiempos. Van a su aire, abominan de las prisas, aparentan no ceñirse a estrategias y, como buenos artesanos, solo muestran una preocupación minuciosa por esas criaturas tiernas y frágiles que son sus canciones. Las 10 que incluye este segundo álbum, con título de memorización improbable, se han fraguado a fuego lento, incluso mínimo: la colección, que se prolonga durante media hora escasa, ha tardado siete años en cobrar forma y erigirse en heredera de aquel “From the ground” de 2012, por más que también hayamos asistido entretanto a colaboraciones y encargos para series televisivas o películas (como “Sin fin”, uno de esos regalos de nuestro cine independiente al que nadie parece atender). El caso es que Franco no recibirá una medalla a la compositora prolífica, pero lo tiene todo para que se le concedamos en el apartado de la exquisitez. “Hirundinidae” es delicado, amoroso, encantador, y evidencia un mimo por las materias primas como solo encontraríamos en una cooperativa de artesanos. Y es curioso que, siendo las cinco primeras canciones notables, con algún eco fronterizo, todo lo rematadamente delicioso se acumule en la cara B, sencillamente una de las tandas de composiciones más afortunadas que nos vienen a la cabeza en el folk-pop de por aquí. “Julie” crece más y más según va cogiendo cuerpo, “Luis” aporta un banjo adorable y “Where songs were born”, canto de amor incondicional por este oficio de la creación, certifica ya para siempre que Ana no tiene, como intérprete o autora, nada por lo que sentir envidia de la divina Eddie Reader. Entre esa aureola de canción atemporal británica y el certificado de garantía de Portland (“Keep Portland weird…!”), donde Adam Selzer se ha encargado de mezclar y equiparar a los nuestros con clientes como The Decemberists o Alela Diane, queda claro que estamos ante un capítulo muy hermoso. A ver si para el siguiente no hemos de esperar otros siete años, pero daremos por válidos los biorritmos de Franco. Porque ella sí que vale. Muy mucho.

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