Por asociación muy directa de ideas, cada vez que me tropiezo con Private dancer acabo haciendo escala consecutiva en Tonight. A fin de cuentas, seguimos transitando por aquel mágico 1984 y la Turner irrumpe con impronta inconfundible en el célebre tema central de esta obra eternamente incomprendida en el expediente de nuestro siempre querido David Jones. Ah, esa fascinación por los renglones torcidos, por esos hijos que salen poco favorecidos y no parecen encontrar a nadie –ni siquiera algún tío lejano y bondadoso– que los reivindique. Hay unanimidad casi plena en señalar este Tonight como uno de los trabajos más endebles del divino Bowie, quizá solo superado (para mal) por el sucesor calamitoso que tres años después sería Never let me down. Pero si ese álbum es a buen seguro insalvable (al menos hasta que conocimos su versión pulida de 2018, dentro de la caja Loving the alien), el que nos ocupa aquí inspira una simpatía que va más allá de la edad párvula en la que nos sorprendió a algunos. ¿Cómo va a ser mediocre una entrega en la que la tercera parte de sus nueve cortes, Tonight, Loving the alien y el fabuloso Blue jeans, fueron singles que no se nos han olvidado a nadie? ¿Cómo desdeñar esa versión de God only knows, de los Beach Boys, que David hace suya partiendo de una tesitura muy grave hasta llegar a una apoteosis preciosa? ¿Quién le haría ascos a un cierre como Dancing with the big boys, compartido frente al papel y delante del micrófono con Iggy Pop, por más que la Iguana tampoco atravesara sus días de mayor gloria? Claro que un genio como David rubricó una docena larga de álbumes mejores que este, pero no nos resistamos a la tentación de visitarlo de cuando en cuando. Porque muchos conocimos a su firmante con este disco y su hermano mayor, Let’s dance (que es mejor). Y porque los álbumes menores, pensémoslo así, también son hijos de dios y tienen su corazoncito…

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