¿Cómo afrontar un nuevo paso en tu carrera después de haber dejado para la historia uno de los álbumes más decisivos en el último tramo del siglo XX? Los cuatro integrantes de Depeche Mode debieron asumir ese reto en 1992 a la hora de buscarle un sucesor al fabuloso Violator, trabajo recogido con merecido entusiasmo y cuyas dimensiones seguramente resultaban intimidatorias para sus propios firmantes, conscientes de que sería muy difícil conservar el listón en semejantes alturas estratosféricas. Por eso resultan tan atractivas estas Canciones de fe y devoción, disco de gestación traumática y talante turbulento, símbolo del dolor y la disensión en el ejercicio de la creatividad y, con todo (o gracias a ello), una abrumadora obra de arte. A Flood, el productor, se le ocurrió la brillante idea de que la banda conviviera en un chalé madrileño para propiciar la cercanía, la convivencia, la inspiración, un poco a la manera de lo que él mismo había sugerido a U2 para el alumbramiento del soberbio Achtung baby. En este caso, sin embargo, el roce no hizo el cariño, sino la herida. El batería Alan Wilder se sintió permanentemente incómodo con Martin Gore y acabó prometiéndose que “nunca más” pasaría por un trance tan pesadillesco, por lo que acabaría dando el portazo tras la gira subsiguiente (Devotional tour) y azuzando el fantasma de la disolución (Ultra lo desterró en 1997, por fortuna). David Gahan atravesaba sus peores días en el capítulo de las adicciones y las primeras semanas se tradujeron en un angustioso balance de infertilidad, fricciones y pérdida de tiempo. Pero Gore, quizá enrabietado por las circunstancias y sin duda influido por el chirriar punzante del grunge, tiró de genio y fue capaz la lúbrica y asfixiante I feel you, la palpitante Walking in my shoes, la absorbente y sensual In your room, la industrial Rush. Nuestro Gahan de inopinados pelos largos se desangra en Condemnation, casi una plegaria, un pasaporte a la historia. Y una sorprendente gaita irlandesa procesada (¿una gaita en un disco de DM?) sirve de hilo conductor en Judas, una de esas piezas que en su día pasó de puntillas y el tiempo ha terminado colocando en su sitio. No nos atreveremos a asegurar que estas Canciones acabaron superando incluso a Violator, pero sí que se han convertido en una eterna fuente de placer inquietante.