A Diego Villegas, este gaditano treintañero de Sanlúcar de Barrameda, podríamos presentarle en sociedad como el primer gran armonicista en la historia del flamenco, un titular de esos que pellizcan la curiosidad del lector y se ajustan con precisión a la veracidad de los hechos. Pero sería una pincelada muy colateral para perfilar las auténticas dimensiones de este exquisito intérprete de saxos, flautas y clarinetes, por más que no queramos ni obviar ni dejar de maravillarnos ante esa armónica que manda y asombra en Morente on my mind. Un título elocuente, claro, porque de ese mismo fervor morentiano le viene a Villegas su profunda heterodoxia, el espíritu expansivo e irrefrenable que contamina, en la mejor acepción, este disco ajeno a los gobiernos y los cánones. Aplíquese el oído a Cinco sentidos y asombrémonos ante la confluencia de coros flamencos, aires de fusión jazzística y expeditivas guitarras eléctricas, una amalgama que se repite en muchos otros pasajes sin que a Diego, inspiradísimo y valiente, le tiemble el pulso.

 

No es ya ningún recién llegado el sanluqueño, pero lo que en estas ocho extensas piezas se dirime es una eclosión, El número del título alude a los continentes de un planeta que Villegas conoce, de uno a otro confín, en su condición de director musical en la banda de Sara Baras, un bagaje al que se suma el Giraldillo al mejor instrumentista solista en la última Bienal de Flamenco de Sevilla. Pero ninguno de esos avales curriculares bastaban para prever el alcance de su osadía, esa manera de dinamitar fronteras sin ánimo de transgredir, sino de expandir. Porque flautas, guitarras eléctricas y flamencas, palmas y baterías conviven aquí (atención a los casi diez minutos, apoteósicos, de Shakuhachi) como si hubieran crecido en el mismo patio y bajo el mismo sol.

 

Difícil imaginar cómo ha llegado a construirse un músico de esta envergadura, un hombre con formación clásica de Conservatorio que tan pronto recurre a arreglos clásicos de cuerda como parece haberse criado al calor de los vinilos de King Crimson. O desenfunda otra vez la armónica para la guajira Cuando paso por Cai, otra de esas piezas que parte de una melodía melancólica y encantadora para que a su alrededor acontezca de todo. Incluso la voz de su paisano y admirador Javier Ruibal, fiel a su costumbre de involucrarse solo en los entornos de la excelencia.

 

¿Un batiburrillo? No, una revelación bárbara. Destacar en una provincia tan musical como Cádiz es muy meritorio, pero solo la lejanía de Madrid puede explicar que su nombre no haya sido aclamado ya como la nueva gran revolución flamenca.

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