En estos tiempos de sobreexposición informativa, de abundancia sónica por tierra, mar y streaming, que un disco se vuelva recurrente en tu lector bordea la condición de milagro. Este lo consigue y, en consecuencia, lo es. Más aún si hablamos del ¡noveno! álbum de una formación que ha sabido conservar la originalidad, la diferencia radical, el desparpajo. “Lamp lit prose” es el pop que arrasaría en las emisoras si viviéramos en un mundo ideal. Es contagioso, vivaz y alegre, pero nunca previsible. Está muy pensando y se desarrolla con minuciosidad, pero no lo parece. Es el trabajo de unos orfebres a los que no se les nota el oficio, como si las tallas minuciosas fueran obra directa de la naturaleza. “Lamp…” entronca con aquel fabuloso“Bitte orca” (2009) no solo por las manchas azules y rojas, dispuestas de manera muy parecida en ambas portadas, sino por el tono brillante, pegadizo, optimista del repertorio. A David Longstreth le pillamos de buen humor, a lo que se ve, pero eso no le impide regalarnos sus vericuetos rítmicos y tímbricos inesperados: “Break-thru” o “That’s a lifestyle” son, en el mejor sentido, un sobresalto permanente. Y, ya lo dijimos al principio, adictivo. Acostumbrados a la eterna predictibilidad, a las canciones que se ven venir, Longstreth compone con curvas, virajes y recovecos. Y es maravilloso. Le acompañan en este viaje Robin Pecknold (Fleet Foxes), HAIM y varios nombres ilustres más, pero toda la culpa es suya. Solo suya. Y nos encantan estos culpables que hacen sentir más vivos, incluso mejores, a quienes los escuchan.

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