Eladio Santos es la singularidad misma, una voz tan personal, íntima y reconocible que no admite confusión. Academia, sexto trabajo ya del juglar con sombrero y sus Seres Queridos (¿existe mejor nombre para una banda, y más aún en la tesitura presente?), es un abrazo de los que hace crujir el armazón óseo, una llamada a la serenidad y la ternura. Y a la evocación, sobre todo a la evocación: Eladio siempre enarbola un punto críptico en sus versos, pero el conjunto remite a recuperar la placidez, el sosiego, el dulce pálpito de la infancia: ese territorio eternamente reconquistado y desvanecido, esa patria para la que no se precisan banderas.

Hasta 14 piezas, en menú generoso, distribuye un álbum en el que la profusión de tiempos medios también invita a la escucha parsimoniosa y reincidente; una pretensión suicida, quizá, pero necesaria. Señores disfrazados, con su punto cómico y algo grotesco en torno a los Reyes Magos, es casi el único acelerón rítmico de la entrega, la excusa más evidente para seguir el compás con un tenue movimiento de pie. Porque Eladio y Los Seres Queridos no son ningún salvoconducto para el tarareo, sino para la escucha sagaz y la media sonrisa. El norte es un prodigio de guitarra acústica, canción de autor contemporánea y poesía en comprimidos preciosos (“Dice que no tiene desvelos / que todo lo que quiere / es dormitar un rato”).

Los dos préstamos son, a un tiempo, homenajes a los firmantes originales e invitaciones a una redifusión merecidísima: Baixaron as fadiñas, de Emilio Cao (que vuelve a ofrecernos su voz, cuarenta y algún años después del original); y Pasan días, de Pablo Milanés con letra de Nicolás Guillén. Para el resto se recomienda ir desbrozando poco a poco e impregnándose de los detalles: los metales en Quemé una bandera por ti, la primorosa alianza de violín, violonchelo y banjo para la lindísima Jerusalén, ese saxo nostálgico y sin adornos para la muy sentimental pieza que da título al trabajo (“y fuimos tan felices en la Academia…”). Porque Academia remite a otros tiempos y, sobre todo, nos sugiere otro tiempo. Otro ritmo. Otra vida. Cuando podamos volver a vivir, merecerá la pena tenerlo muy presente.