Quienes todavía añoramos a The Be Good Tanyas solo podemos sentir alborozo ante este regreso de Frazey Ford, inédita de seis años a esta parte. Y quienes no hayan tenido aún la fortuna de tropezarse con las unas o la otra, puedan aprovechar esta ocasión para ponerse al día en ambos frentes. Lo disfrutarán sobremanera, con escuchas, además, absolutamente complementarias. Porque Ford fue artífice de una formación impregnada de aires folkies, más allá de su materialización joven y alternativa. Y ahora se ha consolidado como una gurú del soul sureño y competidora en la misma liga de Eilen Jewell o Alela Diane. Una competición tan gozosa que podemos hacernos forofos de todas la integrantes de la tabla.

La de Vancouver ya había dado fehacientes pruebas de su amor por los arreglos de metales y los viejos vinilos de la factoría Hi Records con Indian ocean (2014), su anterior entrega. Si aquel era un trabajo para sudar en horario nocturno, este sucesor equivale a un baño de sol a última hora de la tarde. El metrónomo se ha sosegado, el acercamiento se ha vuelto más sutil y emotivo y cada sílaba se convierte, en labios de Frazey, en una bocanada de esperanza. Escúchenla en Let’s start again, por favor. No será fácil igualarla en emotividad.

Pero no son tanto las baladas como los medios tiempos quienes marcan la pauta en este tercer álbum solista. Con líneas de bajo muy pronunciadas, colores tibios en los pinceles del piano y el órgano, grandes segundas voces femeninas, un batería con la pajarita puesta a tiempo completo (Purple and brown). Frazey se la juega con un primer adelanto lento y tristísimo, The kids are having none of it, sobre un tiroteo en una escuela infantil. Se lame las heridas de un corazón desangrado en Motherfucker, de furia pese a todo contenida. Y acaricia la gloria con Golden, uno de esos estribillos insuperables para el chasquido de dedos. Al final no fue tan traumático el final de las Tanyas. Las chicas, cada una por su lado, siguen reportándonos alegrías manifiestas.