Lo de “Salvaje moderado” seguramente sea, o bien podría serlo, un intento del autor por definir de manera gráfica y sucinta su propio estilo. Porque hay algo de mordiente, de vigor en esa manera de abordar los glissandos, que define con elocuencia la manera de acercarse de Gautama del Campo al saxo alto y de enhebrar, una vez más, las cuerdas de ese puente gloriosa que comunica las orillas del jazz y el flamenco. Y estas 12 nuevas piezas, todas de composición propia, invitan a transitar sin miedo entre ambas aguas, por más que la altura (del puente, de las miras) propicie algún que otro momento de vértigo.

 

El instrumentista sevillano es ya un viejo conocido de la escena con tres décadas de actividad relevante, aunque quizá ejerza aún, inmerecidamente, como secreto demasiado bien guardado (pese a reconocimientos varios en Las Minas de la Unión). Porque acaso su acercamiento no sea tan lírico y reblandecido como otros, lo que puede influir en esa popularidad más amortiguada. Salvaje moderado es una valiente y emocionante puesta al día de sus saberes, con un catálogo en el que no faltan soleás, tangos, tarantas o bulerías, aunque quizás lo más singular del lote sean un cante de levante (En lo hondo) y ese bolerazo titulado Manuela.

 

El escudero por antonomasia es aquí, a lo largo de todo el trabajo, el guitarrista flamenco Ezequiel Reina, que además comparte autoría en la inmensa mayoría del catálogo. Pero atención a las tres aportaciones de Rafael Riqueni, compinche habitual de Gau, o al canto telúrico del onubense Cristian de Moret en el trepidante Último fandango en París y en el abrasivo tema central. La flauta de Jorge Pardo para Como una caracola es otro signo de excelencia, igual que la batería de Guillermo McGill a lo largo de toda la grabación. Como el trianero que protagoniza estas líneas, McGill es otro sabio de las intersecciones. Y las mezclas, aquí, siempre suman.

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