Ah, eso que siempre se ha dado en llamar “superbandas”. Ya, ya, lo sabemos: resultaría sencillo intuir el escepticismo del lector, incluso a través de estos limbos digitales, porque en estos casos es fácil temerse lo peor. Y tampoco es eso. ¿No eran acaso superbandas Blind Faith o Traveling Wilburys, tan efímeras como sencillamente extraordinarias?

Con Gizmodrome no hay margen para exacerbar hasta esos extremos los epítetos, pero ellos mismos constituyen una mayúscula sorpresa. Y su homónimo debut, que veía la luz un viernes 15 de septiembre de 2017, también. Veamos, ni el batería y ocasional cantante Stewart Copeland (The Police) ni el bajista Adrian Belew (King Crimson) son sospechosos de complacencia o blandenguería; al primero ya le hemos visto colocarse delante del micrófono en otras ocasiones, y su voz grave y ronca tiene cierto interés. Mark King, el bajista y líder de Level 42, puede parecer una simpática anacronía ochentera, el autor de dos o tres éxitos que se repiten hasta la extenuación en tantas orondas antologías de precios asequibles. Y no: aquí ejerce de instrumentista excelente y su afable pop medio jamaicano aflora en piezas como Man in the Mountain, nada desdeñables.

Nos queda el italiano, Vittorio Cosma, un teclista al que los más avispados recordarán de cuando militaba en nuestra banda histórica favorita de aquellos andurriales, Premiata Forneria Marconi: puro rock progresivo, del más elevado octanaje, desde Milán. El disco resultante no cambia el curso de la historia, pero admite de buen grado la reiteración en el lector de cedés. Cuatro tipos con crédito sobrado (artístico y, suponemos, bancario) que se juntan por los azares de la vida con la palmaria intención de pasarlo bien. Lo consiguen, o al menos lo transmiten. Suenan a una versión edulcorada de King Crimson en la era de Discipline. Pero es que si alcanzaran aquel nivel, sin edulcorar, todavía estaríamos ahora mismo hiperventilando.