Difícil imaginar ahora mismo una voz tan embaucadora como la de Josienne Clarke. Enraizada en la tradición del folk británico, supera en embrujo las de enormidades como Maddy Prior o June Tabor, y solo puede resistirle las comparaciones la divina (y, probablemente, inalcanzable) Sandy Denny, de la que siempre interpreta algún tema en los conciertos. Clarke canta, compone y asume el mando de un dúo en el que Ben Walker, guitarrista finísimo, aporta siempre un ropaje sutil; preciosista pero sin estridencias. Asombra que el tándem marche ya por su cuarta entrega y seduce que esta sea la primera en que Josienne firma el repertorio en su integridad. Y ella puede ser frágil y confesional, pero también ácida: la maravillosa “Chicago”, lo más parecido a un éxito que haya grabado la pareja, relata la historia real de un concierto al que no asistió ni un solo espectador. Una cura de humildad para el tormento del artista y una apertura magnífica para una colección sosegada, de combustión lenta, con episodios tan elocuentes como “Sad day” o “Things of no use”, que parecería el título de alguna canción desconocida de Nick Drake. No admite prisas esta entrega esperanzadora en su sosiego y en esa melancolía que a los folcloristas de Gran Bretaña nunca se les acaba de curar. Ni falta que hace. Mejor amoldarse a esta vulnerabilidad que esconde unas grandes dosis de resiliencia. Clarke y Walker apelan a las segundas oportunidades, a la esperanza que anida tras la primera pátina de tristeza. Y, en cualquiera de los casos, dejan claro que en el escenario crean música bellísima. Incluso aunque no haya llegado nadie, cosas que pasan, a sentarse entre el público.

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