Es curiosa la identificación instantánea entre Katrina and the Waves y su ubicua Walking on sunshine, canción que les garantiza un liderazgo casi vitalicio en las clasificaciones de one hit wonders. Aquel gozoso cántico veraniego era un caramelo para el espíritu y un gancho inapelable a nuestra memoria auditiva, pero la banda que encabezaba Katrina Leskanich bien habría merecido algún acceso adicional a la posteridad con un buen puñado de sus canciones. Y no solo las que acompañaban al singlede referencia en su homónimo álbum de debut (MexicoQue te quieroRed wine and whiskey…), sino a unas cuantas de las que integraban este sucesor, clamorosamente ignorado bajo la maldición del, ya se sabe, siempre-difícil-segundo-disco.

 

En realidad, los de Cambridge nunca descubrieron la pólvora, pero parece evidente que jamás la innovación figuró en su catálogo de preocupaciones. A su favor contaban con una líder afable, de voz nítida y candorosa; una hija de su tiempo que, más allá de los peinados pomposos, aportaba unas gotas de resuelta feminidad cuando aún nadie podía abrazar el más tibio de los anhelos paritarios. Y refrendaban la fórmula con un pequeño geniecillo en la sombra, el guitarrista y compositor Kimberley Rew, que no se cansaba de demostrar empíricamente cómo afrontar la manufactura de canciones redondas, pegadizas y poco reiterativas que comprimían planteamiento, nudo y desenlace en apenas tres minutos. Justo eso que parece tan sencillo desde la perspectiva del oyente, pero que luego casi ningún músico es capaz de llevar con éxito a la práctica.

 

Waves nació con la sospecha de ser un parto precipitado y prematuro para aprovechar los rayos de sol y el calorcito del sunshine. Pero hoy, ya sin apuros ni oportunismos, parece una colección deliciosamente atinada, quizá más aún que su predecesora. La Leskanich de rompe y rasga abría fuego con Is that it?, que no llega a ser power pop pero se le parece. E incluso se desataba un poco disimulado furor guitarrero, incompatible con las radiofórmulas pero muy de agradecer desde la sala de estar, en el caso de Lovely Lindsey. Y todo ello sin renunciar, claro, al feliz instinto del sol que se había convertido en santo y seña. Sun street servía como el ejemplo más evidente desde su título, para qué andarnos con rodeos, pero Tears for me o Love that boy eran también una tableta entera de Hidroferol. Un chute en vena de vitamina P (de pop).

 

De acuerdo, había excesos de carbohidratos en Sleep on my pillow, que no ha aguantado las mediciones de azúcar ni aun apelando a nuestra mejor indulgencia. Pero aún había al final margen para una sorpresa clamorosa con Stop trying to prove (how much of a man you is), donde Katrina se exhibía orgullosa, reivindicativa y empoderada, tan genuinamente segura de sí misma como para orillar todo exceso de testosterona en tiempos en que los machos alpha proliferaban como moscones. Waves acabó en las cubetas de vinilos baratos, pero probemos a sacarle brillo y revivirá con mucha más lozanía de la que juraríamos recordar.

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