Pocos hombres del blues pueden sentirse ahora mismo tan legitimados como Kevin Moore en el papel de herederos de Taj Mahal, uno de los grandes pilares y difusores del blues-rock moderno. Mo’ pertenece a una generación algo posterior, pero le contemplan ya 67 otoños, una docena holgada de álbumes, la bendición del Grammy y un maravilloso afán divulgador de las esencias a través de discos que, sin renunciar al dolor y la hondura, siempre tienen presente la luz y una visión esperanzada del ser humano. Con todo, para lo bueno y lo malo, puede que el espléndido cantante y guitarrista californiano nunca hubiera rubricado un álbum más ecléctico y menos pantanoso que este, un trabajo tan liviano y llevadero, tan rabiosamente amable que deja un extraño poso veraniego en alguien a quien no imaginaríamos en puridad tan inequívocamente radiante. Solo en la inicial I remember you crepita la guitarra eléctrica como presuponemos de entrada y marcan los cánones del género. En cambio, el delicioso aire acústico de This is my home, con guitarra arpegiada y pinceladas de acordeón, lo asociaríamos más con artistas en teoría tan alejados como Marc Cohn, Bruce Hornsby o Marc Jordan. Otro tanto podríamos decir de The way I, mientras el enfático dúo con Rosanne Cash, Put a woman in charge, carga las tintas hacia el soul y el góspel con vocación comercial. Y aún más lejos en los paradigmas del dueto llega el último capítulo, Beautiful music (junto a Robbie Brooks Moore), donde la belleza pone ya medio pie, o pie y medio, en la melaza. Quedan ramalazos de vieja escuela, como esa estupenda steel guitar que le sirve a Kevin como casi único acompañamiento en Ridin’ on a train, un tema que renuncia al cuerpo armónico que atribuye el contrabajo. Pero estamos ante un disco ligero, instantáneo, casi diríamos que veraniego. Y enormemente disfrutable a partir de esos parámetros; es decir, sin pretensión alguna de grandeza.

 

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