¿Un disco en directo rescatado y desempolvado 32 años después de su grabación, y sospechosamente distribuido a los cuatro vientos muy pocas semanas antes de que sobrevenga la navidad? Es legítimo que al aficionado suspicaz y escaldado se le arrugue la nariz, pero, cuidado, el álbum ya había sido publicado tal cual en 1991. Inencontrable desde hace décadas, esta poderosa reedición permite ponerse al día con el mejor Richards y, en el caso de que optemos por la edición deluxe, incorporar al menú tres piezas hasta ahora rigurosamente inéditas. Entre ellas, oh, una lectura de aquel I wanna be your man que Lennon y McCartney berreaban para la banda sonora de A hard day’s night.

 

En la mejor tradición de los más grandes álbumes en vivo, esta comparecencia en el mítico auditorio angelino (15 de diciembre de 1988) aporta riadas de sudor y ni una sola gota de artificio. Y nos reconcilia con la herencia stoniana de los años ochenta, década negra para casi todos los grandes, incluidos los Stones. Los británicos habían tocado fondo con el muy endeble Dirty work (1986), disco inconsistente por más revisiones que se le hagan, y Jagger ya había oficializado las malas relaciones con su socio preferente a través de un debut, She’s the boss (1985), que tampoco mejoraba mucho la nota media.

 

Richards, en cambio, se meditó más la jugada hasta llegar a Talk is cheap (1988), que a buen seguro sea el mejor disco de un stone en solitario. La gira junto a su banda para la ocasión, The X-pensive Winos, en torno al álbum arroja aquí una noticia de calado: aquel disco sonaba rematadamente mejor sobre las tablas que en el estudio, donde aún se había colado algún tic de aquellas sobreproducciones tan en boga. De la comparecencia en el Palladium quedan para la posteridad los duelos guitarreros con Waddy Wachtel, un coetáneo de Keith al que a día de hoy aún le sigue quedando mecha (acabamos de verle al frente de la banda de Stevie Nicks). Y el papel protagónico de la vocalista Sarah Dash en las consecutivas Make no mistake y, sobre todo, Time is on my side, uno de los momentos más adorables de la noche.

 

Las incursiones en el blues eléctrico son brutales (I could have stood you up) y el paseo por los territorios del reggae, en Too rude, constata que este hombre sale airoso de casi cualquier jardín. En el tramo final, Happy Connection trazan la conexión, nunca mejor dicho, con la banda matriz. Es probable que la evidente rehabilitación de los Rolling Stones en Steel wheels, de 1989, le deba mucho a esta gira. Por una vez en bastantes años, todo volvieron a ser buenas noticias en la órbita stoniana.

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