Había reservado Lluís Capdevila los estudios Sierra de Atenas, desde muchos meses atrás, con idea de registrar un álbum de versiones en formato de trío. Manejaba incluso sus buenas dos docenas de títulos candidatos, un listado de clásicos del pop que reescuchaba a todas horas, también desde el coche, para aprehender aún mejor los originales y reimaginarlos desde su luminoso universo jazzístico, siempre riquísimo en matices, generoso en cuanto al primor melódico y explosivo en creatividad. Pero llegó el mes de junio y el protagonista de estas líneas se plantó en suelo griego con una hoja de ruta sustancialmente modificada. Al final, solo tres de los 10 cortes en Social son reinvenciones de clásicos ajenos, mientras que muchos de los siete títulos originales ya los conocíamos en alguno de los cuatro álbumes anteriores del pianista tarraconense. En síntesis, Capdevila ha acabado versionándose a sí mismo.

 

Justifica el autor el título y espíritu de esta obra en la necesidad de socialización que nos ha dejado la pandemia después de tantos meses de reclusión, ensimismamiento y alejamiento forzado del prójimo. Y quizá ese empeño por compartir y empatizar sea el que ha llevado a este músico de Falset, en el corazón del Priorat, a presentar con Social un catálogo actualizado de habilidades; un muestrario revisado y pulido de partituras cuyo encanto ya resultaba evidente en su formulación original.

 

El ejercicio de revisión en primera persona es particularmente suculento en el caso de las tres piezas recuperadas de Ètim (2019), el disco inmediatamente anterior, aquel álbum de piano solo concebido durante siete meses de improvisaciones en la cooperativa vinícola de su pueblo. Las escogidas son We’ll fly again, a la que ahora se le insufla aliento brasileño; Everything has an end, con tanta alma de bolero como aquel reloj obstinado en marcar las horas; y, sobre todo, Bocoi, una de esas melodías superlativas y adorables con las que Lluís opta a la consideración de nuestro Brad Mehldau peninsular.

 

Influye, claro, la química que Capdevila ha ido cimentando con el contrabajista griego Petros Klampanis y el batería Luca Santaniello, una especie de Elvin Jones a la italiana. El trío, de vocación tan cosmopolita como podía presuponérsele a un líder formado en Nueva York gracias a una beca Fulbright, se desenvuelve con una naturalidad abrumadora, haciendo fácil y bonito lo que, a poco que analicemos, encierra mucha sustancia. Social es un álbum de pocos circunloquios (10 cortes, 47 minutos) para lo que viene siendo habitual en la sintaxis jazzística, un trabajo que busca más la esencia de lo bello que el fulgor de la floritura.

 

Olvidémonos de piruetas y centrémonos en lo esencial. El calor humano, sin ir más lejos. De ahí, tal vez, que las tres canciones ajenas escogidas confluyan en su espíritu esperanzado: un standard tan soñador como Stardust, la sonrisa inabarcable de Louis Armstrong para What a wonderful world y el Dylan más sentimental y enamoradizo en sus seis décadas de magisterio, el de To make you feel my love. Para redondear la jugada, un saxofonista tenor del empaque de Joe Lovano enriquece East Broadway, por aquello de corroborar que el pianista catalán conserva ascendente y buenos contactos en tierras americanas. Social es la tarjeta de visita de un joven ya experimentado que se postula como uno de los grandes del jazz peninsular. Certificarlo como tal, ante la fuerza de la evidencia, es ya solo cuestión de tiempo.

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