Desde la pérdida de Enrique Urquijo, inconmensurable en lo artístico y traumática en todo lo demás, Los Secretos han encauzado su trayectoria con una prudencia rayana en el conservadurismo. Existía un legado precioso que conservar, y aquel extenso repertorio clásico hoy conserva su vigencia y asombra como nunca, pero los pasos hacia adelante han sido siempre más bien tímidos. Y así se han sucedido cajas recopilatorias, discos de duetos y versiones, álbumes en directo desde grandes recintos o con formato sinfónico, relecturas acústicas y demás fórmulas de refresco, pero el material inédito viene aportándose con cuentagotas. Mi paraíso incrementa ahora en 12 canciones el cancionero original de la banda y, sin desdeñar en absoluto a sus muy aceptables antecesores, parece, al fin, el esfuerzo más cabal y autoafirmativo de Álvaro Urquijo y sus socios por afrontar el futuro con el orgullo que merece una andadura tan extensa e irreprochable. No hay sobresaltos en este nuevo álbum, de concepción clásica, predominio casi absoluto de los tiempos medios y sonido prístino, que hermana la excelencia instrumental de los cinco con las manos sedosas del productor Nigel Walker. Pero habían transcurrido ya ¡ocho! temporadas desde la anterior tanda de títulos de estreno (En este mundo raro, 2011), en muy pocas semanas se cumplirán 20 años desde aquella madrugada negra en que perdimos a Enrique y era hora, sin duda, de reivindicarse. En ese sentido, Mi paraíso hace las veces de golpe en la mesa y orgulloso gesto de autoridad. Y aúna la tradicional querencia de Álvaro por visiones más optimistas, luminosas y redentoras de la realidad (Mi paraíso, Escrito en el corazón) con algunas páginas muy sentidas, en particular la memorable Si pudiera parar el tiempo, recuento entrañable y doliente de ídolos caídos: Lennon, Petty, Bowie, Glenn Frey, Antonio Vega y, evidentemente, el hermano mayor. En general, la primera mitad del disco es sobresaliente, al menos si dejamos al margen la temática algo burda de Dinero por amor. Ahí están las grandes bazas del quinteto, que no busca refuerzos (más allá de los coros del espléndido Txetxu Altube) para ofrecer su habitual menú de canción de autor con deje campestre (Lejos es una crónica de derrota que firmaría con gusto el amigo Ron Sexsmith), guitarras californianas y algún deje de ranchera. Y aún nos queda por contabilizar, ya en la cara B, una preciosidad titulada Las flores de septiembre, que se sale algo del guion para apuntar hacia las radiantes armonías vocales de los años sesenta. El último tramo de la entrega puede que levante algo el pie del acelerador y se asiente más en un cómodo déjà vu, pero el trabajo para entonces ya está hecho. Los Secretos han firmado su mejor elepé de esta segunda etapa, y eso es motivo evidente de celebración.

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