Macy Gray es, sigue siendo, una jefaza. Han transcurrido casi 20 años desde aquel debut fulgurante, “On how life is”, que se tradujo en ventas millonarias y el Grammy por “I try”, pero incluso ahora, cuando los focos han dejado de apuntarla con tanta intensidad y este álbum no viene acompañado de la fanfarria de antaño, hablamos de otro nivel. “Ruby” representa ya el ¡décimo! trabajo de la amiga Gray, pero venimos de un divertido disco de versiones (“Stripped”, 2016) y las ansias por renovar el carburante parecen muy evidentes. Muchas de estas 12 canciones son radiantes, instantáneas, luminosas, indisimuladamente adictivas. Les surgen los ganchos como a un pulpo las ventosas: onomatopeyas jubilosas, traviesos coros femeninos (“Jealousy”), metales prestados de Nueva Orleáns (la maravillosa “Tell me”, que semeja un clásico de los cincuenta), estribillos como punto de partida (“Shinanigins”), el infalible guiño jamaicano (“Witness”) y esas diabluras en la producción que nos acercan a los universos de Erykah Badu y hasta Kanye West. “Ruby” parece concebido y horneado para no pasarle inadvertido a nadie que se asome por él. La de Ohio sigue exhibiendo esa inconfundible voz rasposa (“When it ends”) que convierte a Tina Turner en puro caramelo, pero también libera sus ambiciones más pop. “Buddah” es una magnífica apertura que la reúne con Gary Clark Jr., y el anzuelo ineludible es aquí “Sugar daddy”, un bombón con tantos carbohidratos como “All about that bass”, de Meghan Trainor. Que nadie se prive de hacer la prueba.

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