A la hora de abordar el desafío del segundo disco, ese que tantas veces define las confirmaciones y refrendos, pero también algunos traspiés y fiascos, María de Juan ha elevado el tiro y prescindido de cualquier atadura para mostrarse corajuda, orgullosa, inspirada y hasta desafiante. No llega a ser una sorpresa, porque 24/7, su debut de hace tres temporadas, ya era audaz en su repartición del repertorio por franjas horarias, adjudicando un momento preciso de las 24 horas del día para cada historia y escenario. Pero Dramática es una obra mucho más madura, redonda, personal y, sobre todo, pletórica. Y conviene avisarlo pronto, porque esta muchacha, aún ahora jovencísima, lo tiene todo para no pasar inadvertida.

 

La cartagenera afincada en Granada, con amplia formación londinense y mundología insólita para una chavala de 25 años, ha mirado de frente a las grandes de la copla, desde Imperio Argentina a Concha Piquer, para impregnarse de aquel poderío inusitado, de esa capacidad para el arrebato tanto en los episodios más ardorosos de la vida como en aquellos momentos en que comparecen el desgarro y el dolor. Y el título del trabajo la define y la delata: María demuestra ser intensa, arrolladora y dramática con todas las buenas connotaciones que ello implica. Una neofolclórica de libro, una viejoven orgullosa de vivir en el presente y plantarle cara al futuro sin perderle el pulso –ni mucho menos el respeto– al pasado.

 

Tiene para ello no solo todo el derecho del mundo, sino además toda la legitimidad genealógica, ya que es sobrina nieta de los ilustrísimos hermanos Gregorio y Alfredo García Segura, que tan pronto componían para Marisol como para Raphael o, singularmente, Sarita Montiel y Lina Morgan. De Juan se impregna de ese espíritu popular, folclórico y desprejuiciado, pero sin renunciar tampoco ni al mundo que la rodea ni a la generación que la define. Por eso Dramática suena a copla electrónica y urbana, a folclórica de asfalto, a empoderamiento legitimado por varias generaciones de mujeres que han encarado la vida de frente, sin desviarle nunca al destino la mirada. Y todo ello sin aspavientos ni manierismos, con una templanza en la garganta que deja atónito: en 24/7 aún no se vislumbraba del todo lo excelente cantante que esta muchacha es.

 

El alboroto abre boca con aires de coplilla tradicional aderezada con mucha percusión terruñera y una maraña de diabluras electrónicas. No desentonaría ni un ápice en Matriz, la reciente y espléndida exhibición folkie de María Rozalén. Vestida de encaje es una exhibición de voz poderosa y embriagadora sobre lechos de synth pop planeante, y el estado de gracia se prolonga con la elocuente Qué poderío tendrá, que sirve casi para pinchar en una rave, igual que ese Me enveneno en la que parece Mónica Naranjo desprovista de hipérbole.

 

El gran descubrimiento, aun con todo, llega en la cara B con la soberbia Tatuajes, una especie de tango electrónico que podría haber urdido el portugués Rodrigo Leão y en el que De Juan mide sus fuerzas con Antonio García, el cantante de Arde Bogotá, espléndido en su papel de crooner tenebroso con esa voz recia y arrugada, como de un Tom Waits trajeado y seductor, pero inquietante. Jari es la concesión milenial y jergal (eso de “Vete con cuidaíto, que te voy a dar un jari” se sitúa en pura órbita motomami), y Avilipinti cierra el festín certificando la habilidad endiablada como productor de Lalo GV, otro murciano de pro al que suelen invisibilizar las reseñas, pero que demuestra una apabullante lucidez panorámica en el diseño sonoro a lo largo de los 34 minutos de Dramática. Como buen segundo disco, podíamos estar lamentándonos de expectativas incumplidas. Es justo al contrario.

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