Siempre tuvo hechuras y modales Mikal Cronin de geniecillo, y lo cierto es que tanto MCII (2013) como, sobre todo, MCIII (2015) permitían sospechar que en parte lo era. Ahora, tras un paréntesis de cuatro años que, por atípico, suena casi a silencio enfático, podemos corroborar todas las intuiciones previas. Seeker es un disco enorme que coloca a este californiano de 33 años en una posición de privilegio dentro del americana o rock estadounidense con raíces. Porque, a todo esto, el componente de garaje, más mugriento y enrabietado, que definía las entregas anteriores se ha difuminado hasta hacerse casi indetectable, igual que las melodías más directas de pop con poderío. El paralelismo más evidente aquí podría ser el de Ryan Adams, solo que frente a la dispersión habitual en los últimos trabajos del autor de Heartbreaker aquí se advierte un convencimiento pasmoso, un ideario clarificador, el empeño de reivindicar la primera persona. Quedan, eso sí, ecos de psicodelia en la inaugural Shelter o en I’ve got reason, que parece una lectura enfurecida de Dear Prudence. Pero Caravan es un calambrazo de electricidad como llevábamos meses anhelando (saxo desafiante incluido) y Show me, espléndido adelanto, tiene mucho de los Travis menos condescendientes y más ruidosos: la melodía y el estruendo, fundidos en un tórrido abrazo. La armónica de Guardian well sirve para invocar el espíritu de Neil Young, otro de los integrantes destacados en el santoral de este joven admirador de la música que cocinaban los coetáneos de sus padres. 10 canciones, 40 minutos, ningún relleno, nada de grasa. En efecto, Seeker nos remite a otros tiempos. Y eran, en lo que a concepción discográfica se refiere, particularmente hermosos.

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