Siempre he tenido la inquietante sensación de que Mumford & Sons es mejor banda de lo que demuestran sus discos, lo que, obviamente, no parece buena noticia ni para ellos ni para ningún grupo sujeto a tal paradoja. Por desgracia, esas percepciones no se palían sino que se acrecientan con esta cuarta entrega, de interés relativo y con tramos más bien erráticos, circunstancia que no desaprovecharán los detractores de Marcus Mumford y compañía. Van cuatro álbumes, decíamos, y cada uno representa una contracción respecto al anterior: frente a la sorpresa radiante del excelente “Sigh no more” llegó la secuela algo forzada de “Babel”, el irregular rock adulto de “Wilder mind” y, ahora, esta entrega definitivamente desdibujada, errática, con el norte tan desviado que no se sabe bien si ahora pretenden llenar estadios o salones de “chill out”. Porque “Delta” quiere sonar grandioso y resulta mortecino, romo; tan plano que ya no parece que nos encontremos ante aquellos “Coldplay con mandolina”, que no era mala definición, sino ante una secuela de los atroces The Killers. “Delta” es un disco largo (61 minutos) que se hace muy largo, porque su pasaje, de tan lineal, le habría hecho merecedor de titularlo “Meseta”. Quizá la elección de Paul Epworth como productor no haya sido la mejor idea, porque lo deja todo tan pulido que se pierde la rugosidad, los nutrientes. Podemos rascar y encontrarnos alguna buena balada (“October skies”, “Slip away”), un decente primer sencillo (“Guiding light”), destellos varios del gran grupo que son, o creíamos que eran. Pero el colapso de Marcus Mumford en esta entrega, más que decepción, produce desconcierto. Habrá que esperar a su plasmación en directo, por si encontráramos motivos para un diagnóstico más optimista.