Algo está sucediendo, quizá despacio pero con paso firme, en lo referente al dúo que integran los gallegos Tarci Ávila y Nacho Dafonte, una coalición que, sin llegar a ser radicalmente novedosa, se erige como una inyección de inteligencia y adrenalina que le sienta muy bien a nuestra escena. Por eso el boca a boca comienza a prender en el caso de Presumido: su propuesta de pop sintetizado, esa a la que ellos dan en llamar “electropop sibarita”, es ilusionante, hábil y tan bien construida que puede mirarle a los ojos a cualquiera de los grandes nombres internacionales del género. La inspiración más evidente es la de los primeros Depeche Mode, y subsidiariamente la de los Ultravox de Midge Ure, lo que explica el encanto que acaba desprendiendo gran parte de este segundo disco, confiemos en que decisivo. Y por la parte española, aunque todos parecen dispuestos a colocarles en la misma liga que Dorian o La Casa Azul, casi los imaginaríamos como los hijos que no le dio tiempo a bendecir a Tino Casal. Ávila es un tipo experimentado que proviene del indie vigués, acarició la gloria con The Blows y permaneció un tiempo enrolado con los imprescindibles Eladio y Los Seres Queridos antes de emprender un viraje electrónico para el que Dafonte se convirtió en el mejor maestro de hechicerías. La intrahistoria de la gestación de Cuatro estaciones  la de una banda descontenta con sus condiciones contractuales que obtiene la libertad y desarrolla su proyecto más anhelado a través de una exitosa campaña de micromecenazgo  es alentadora, sin duda. Pero más interés reviste el concepto de álbum como una sucesión de epés, cada uno bautizado con una estación, que acaban ensamblándose en esta colección definitiva de 11 temas: una manera ingeniosa de colocarse en el disparadero durante todo el año y de conjugar las ansias por el consumo puntual de canciones y la admirable fe de estos dos artistas jóvenes en el elepé como concepto definitivo y (al menos por ahora) irrenunciable. Total, que Cuatro estaciones lo tiene todo, o casi, para embaucar: modernidad incrustada en los guiños a los ochenta, un par de sencillos (El rey azotado y A la guillotina el miedo) extremadamente eficaces y pegadizos, hábiles letras en castellano sobre despecho y orgullo, las gotas adecuadas de actitud y apostura. Incluso un giro final bastante desesperado, el de las tres últimas canciones (el EP Otoño), de tono más pausado, orgánico y experimental. Hay discurso, ideas y desarrollo dentro de la causa presumida. La suerte aún está por concretarse, pero estos dos chicos de actitud hierática y mirada escondida tras las gafas bien que la merecen.

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