Dueña de una de las voces más irrefutables de la música negra, Randy Crawford ha sido objeto de envidia y admiración por docenas de cantantes de medio mundo (Sole Giménez incluida), pero quizá no disfrutara de la popularidad que cualquier oyente pronosticaría nada más escucharle un par de estrofas. Now we may begin es un álbum tan perfecto y preciosista que habrá quien lo arrincone en el cajón del easy listening. Llamémoslo como queramos, pero coloquemos a cada cual en su lugar: la naturalidad con la que Crawford aborda la inaugural Last night at danceland, fábula en torno a Ginger Rogers y Fred Astaire, mientras Joe Sample juguetea con un teclado travieso, es sencillamente desarmante.

 

Sample y Crawford. Vaya par. El líder de los Crusaders acababa de convocar a la joven diva de Georgia para ponerle voz a su Street life (1979), uno de los títulos más inmortales del r’n’b, y tenía lógica que el tándem prosiguiera con su alianza. Joe, de hecho, se confinó aquel invierno en su casita de las montañas californianas junto al ilustre letrista Will Jennings para abastecer a su musa de este flamante material de estreno. El mayor tesoro surgido de aquel encierro creativo es, de lejos, One day I’ll fly away, una balada tan enorme y perdurable que muchos la sitúan hasta 20 o 30 años antes en la línea temporal. Y no: la canción con la que Nicole Kidman hacía levitar tantos patios de butacas en la película Moulin Rouge (2001) era un traje a medida para miss Crawford.

 

Lo pintoresco es que, al tiempo que Jennings apuntalaba con su verbo florido la carrera de nuestra amiga Veronica, escribía las letras de Arc of a diver, el trabajo de regreso de un artista tan en las antípodas de la Crawford como Steve Winwood. Confiados en el embrujo de aquella voz sedosa, Sample decidió orquestar sin descanso las ocho piezas que integran Now we may begin. Hoy se antoja un desmedido afán ornamental, es cierto. En su momento, tendíamos a considerarlo una virguería.

 

A Crawford quizá le faltase un acercamiento un poco más orgánico en algún momento de su carrera, siempre junto a productores con tendencia al énfasis (Blue flame ya era aquí, a título de ejemplo, un exceso). Pero ese vibrato inconfundible, tan espontáneo que parece no necesitar preparación, productores ni carísimos estudios, le concede un hueco instantáneo en nuestros buenos recuerdos.

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