Rodrigo Romaní no es un instrumentista más. No. Hablamos de un maestro y referente, del hombre que asentó el arpa en la música tradicional gallega (y peninsular) y la dotó de un lirismo exento de melaza. Por resumir en apenas tres sílabas: un sabio. Lejana ya su marcha de Milladoiro, banda que fundó y convirtió en ejemplo no ya local, sino continental, Rodrigo no ha dejado de ser un curioso incorregible. Ahora se revitaliza junto a dos mujeres de la nueva hornada, la también arpista Beatriz Martínez, y la percusionista Xulia Feixoo, y es muy estimulante quedarse con la sensación de que no existe salto generacional: Rodrigo es un joven vocacional, un joven eterno. Todo es delicado y hermoso en esta entrega, empezando por ese mismo título, “Hilos de oro en el aire”, que me evoca la vibración suspendida de las cuerdas mientras las acaricia el arpista. Hay tres piezas cantadas, por diversificar los contenidos, aunque el disco en su integridad es tan rico, variado y sutil que se pasa en un suspiro. Romaní se exhibe como compositor con hasta tres temas propios; entre ellos “Preguiza”, donde arropa su arpa con un cuarteto de cuerda y todo encaja como un gran abrazo. Pero donde ya es imposible contener la emoción, sobre todo para quienes tenemos alguna conexión con Breogán, es en la lectura enlazada de las muiñeiras de Pontesampaio, Cabana y Chantada, muy conocidas (en especial, claro, la última) y aquí fabulosamente reinventadas junto al mismo Cuarteto Novecento. Rodrigo lo ha conseguido: escuchas esta nueva Muiñeira de Chantada y pueden pasársete por la cabeza evocaciones de media vida. No le tomaremos a mal que nos haya hecho llorar a mares.

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