Sergio Sayeg es paulista de pura cepa, pero de chaval se mudó a Nueva York y, como el personaje aquel de Alta fidelidad, enriqueció vivencias y perspectivas como dependiente en una tienda de discos. Todo suma, a la postre, y su aproximación a los sonidos brasileños de mayor empaque tiene el aderezo de esa visión cosmopolita, incluso de una economía expresiva que él amortigua con dos elementos fundamentales durante toda esta obra: los etéreos coros femeninos, que parecen quedarse siempre gravitando en la estancia, y unos arreglos de cuerda con un poderosísimo efecto hipnótico.

Quien le descubriera hace tres temporadas con su estreno, Grandeza (2019), no habrá querido ya perderle la pista. Sessa canta con una voz frágil y tenue, sin apenas cuerpo, muy en la línea de la tradición de la bossa nova de un Tom Jobim o, aún mejor, de ese tropicalismo de segunda generación que encarnan Jorge Ben o Milton Nascimento (sobre todo en Canção de cuna, la pieza más animosa e inmediata). Las suyas son canciones acariciadas, breves, fugaces y muy sugerentes; evanescentes como Pele da esfera, que encaja con un esquema de apenas tres minutos por pieza que se repite en la inmensa mayoría del álbum. Elocuentes como la tenue Sereia sentimental, donde su arpegiado liviano y su garganta quebradiza hacen buenas migas con las notas agudas de los violines. Con una “sirena sentimental” como musa, no podría ser de otro modo.

Solo Dor fodida presenta una estructura más extensa y minuciosa, con introducción de bajo reflexivo y un ropaje instrumental creciente y evocador de tiempos sugerentes y perezosos. El álbum abraza al oyente con ese espíritu amistoso, tenue y vitalista que lo recorre como una espina dorsal. Y todo hasta desembocar en Estrela acesa (“Estrella ardiente”), el tema titular y final, todo un tratado de vitalismo y buenas vibraciones pese a las dificultades para mantener el ánimo. Hacen falta vibraciones positivas, sin duda, y este es muy buen ejemplo.