La historia de la formación vasca que desarrolla diversos palos flamencos en euskera resultaba atractiva y noticiosa de entrada, pero a la altura ya del tercer álbum hay que llegar más allá en el discurso. Y Yoni Camacho, el cantante y compositor que figura al frente del ahora cuarteto Sonakay, encomienda en parte ese proceso de reformulación al productor Jaime Stinus, curioso pertinaz y veterano todoterreno, habitual de la Orquesta Mondragón, Loquillo y miles de aventuras más. Él es quien aquí procede a reforzar el músculo y el componente eléctrico sin que el flamenco deje de ser, en todo momento, el gran protagonista de la fiesta.

 

Camacho es un cantante, o cantaor, con mucha más sensibilidad que efectismos. Es dúctil y nada aparatoso, y eso le convierte en un referente de calidez que ya había arrojado buenos resultados en el antecesor inmediato, Sonakay guztiekin (2020). A la evolución se le añade aquí el colosal hallazgo de una versión euskalduna y agitanada del Heroes de David Bowie, nada menos, transformada aquí en Heroiak. Que los escépticos la escuchen antes de poner el grito en el cielo, porque puede que, en caso de acabar elevando la voz, sea solo por la emoción. Entre la belleza consustancial, la sorpresa por la lectura, el pálpito de la trikitixa y ese bucle guitarrístico obsesivo que recuerda, salvando las distancias, al Omega morentiano, queda claro que nos encontramos ante uno de los grandes episodios para la música vasca en esta temporada.

 

Hay otra transformación sabrosa y también en euskera, Ilunabarra, que no es sino Al alba, aunque el impacto es en este caso menor porque ya sabíamos a través de José Mercé sobre el potencial aflamencado del clásico de Luis Eduardo Aute. El resto es material de cosecha propia, casi todo escrito por el mismo Yoni, muy hábil en su acercamiento a la rumba y con la policromía que confieren manos amigas como las de Iñaki Salvador, siempre propenso al aliento jazzístico frente al piano, o el golpeo sedoso de Karlos Aranzegi, uno de los mejores baterías de estudio con que podemos encontrarnos en este país. Sonakay no es un experimento exótico, no sirve solo como un episodio extravagante. Es, en todo caso, una invitación al poliamor sónico. Y buena gana de oponer resistencia.

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