No es fácil hacerse hueco en el sobredimensionado territorio del indie peninsular y arrastrar con la mala suerte de que el estreno coincida precisamente con pandemias, confinamientos y demás catástrofes cotidianas de unos meses a esta parte. Coinciden estas circunstancias poco propicias, en el caso de Soyla, con una elección nominal no muy inspirada (“¿Soyla?” ¿de verdad?), pero el resto de ingredientes es muy alentador para este quinteto barcelonés, referente novedoso pero no bisoño. De hecho su guitarrista, Jordi Pegenaute, puede acreditar una temporada a bordo de los Trogloditas de Loquillo, mientras que el cantante, Micky Laborde, de timbre cálido y hasta adictivo, a menudo parece una versión de Pucho templada por un carácter más propenso a la serenidad y el sosiego.

 

La conexión con Vetusta Morla viene refrendada cuando caemos en la cuenta de que la producción ha corrido por cuenta de Manuel Colmenero, el hombre que flanqueó a los madrileños durante sus tres primeros álbumes. Y la ambición la acredita el fichaje de Soyla por Heredia Producciones, la misma oficina de Estopa, junto a The Project, los responsables, entre muchas cosas, del festival de jazz en la capital catalana. Existe un respaldo operativo, pues, para apuntalar estas primeras 10 canciones de la banda, muchas notables y algunas magníficas. Y muy marcadas siempre por una dimensión adulta: hablamos de músicos con credenciales, bagaje y un firme empeño por construcciones sólidas. De esas que no solo sirven para la socialización en una explanada de festival, sino para sonar a volumen elevado en nuestro salón.

 

Guitarras hipnóticas, giros inesperados en las estructuras, disección argumental de unas relaciones humanas a las que el frenesí del siglo XXI no siempre ha ayudado a estrechar. En eso no siguen Soyla esa ya clásica impronta críptica de la familia vetusta, puesto que aquí los mensajes de incomunicación resultan mucho más nítidos que poéticos. “Seis gigas de soledad / Besos fríos en un mundo digital”, constata Laborde en 6 gigas, un medio tiempo para dejar muy buen sabor de boca al comienzo de la travesía, aunque el mensaje, de tan nítido, puede acabar resultando obvio.

 

Las hechuras, en cualquier caso, parecen excelentes en al menos las tres cuartas partes del trabajo (el último tramo, a partir de Robots, se vuelve más evidente y timorato). Hasta ese momento prevalece siempre un punto de sofisticación y refinamiento, incluso con predilección por introducir puentes melódicos para pulir y engrandecer la vieja estructura restringida a estrofa y estribillo. Esa elaboración enriquecida le sienta especialmente bien a Imperio de salOla imperfectaÁngel sobre Berlín, que fue el primer adelanto sin necesidad de figurar entre los títulos más pegadizos. Pero sí entre los más emotivos, un factor que en Soyla cuidan como prioridad inquebrantable. Les acabará yendo bien, o al menos sería muy deseable.

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