La primera vez que la aguja del tocadiscos se posa en el salón sobre los surcos de Music from Big Pink (1968) y el órgano celestial de Tears of rage brota de los altavoces, a más de uno ha tenido que parecerle como si el suelo del barrio entero se abriera por la mitad. Aquella banda de nombre absurdo (¿The Band? ¿En serio?) era fabulosa, y no digamos ya las dimensiones estratosféricas de un debut bendecido al calor de Dylan y con cinco artífices a los que parecían haber señalado simultáneamente todos los dioses del rock, el r&b y las músicas de raíz. Es evidente que no hay manera de superar aquel trabajo, salvo que estableciéramos la reñidísima disputa con su sucesor, el homónimo The Band, pero el teórico sambenito de obra menor que siempre se le endosó a este cuarto álbum de los canadienses no hace sino acentuar la simpatía por un disco que termina encontrándose adorable.

 

Quizá influya que no se pueda disimular el entusiasmo si el tema de partida es Life is a carnival, festín agrandado por los metales que dispuso el ilustre Allen Toussaint. Esa canción la recrearía muchos años después Norah Jones en aquellos momentos en que todo le salía a pedir de boca, y de pronto las conexiones intergeneracionales más inesperadas cobraban sentido. Pero no desdeñemos otros acontecimientos que se suceden en este ejemplar, porque asistir al debut discográfico de When I paint my masterpiece, cortesía del señor Zimmerman, no acontece a diario. Y tampoco es cuestión de resistirse a la tentación de 4% Pantomime, título pintoresco que propiciaba un duelo encantador entre Richard Manuel y Van Morrison.

 

A partir de estas consideraciones de urgencia se nos plantea la oportunidad de retomarle el pulso a esta joya a veces ninguneada: The moon struck one, tan encantadoramente cinematográfica, está a la altura de los títulos más reconocidos de Robbie Robertson, mientras que Last of the blacksmiths es, a buen seguro, la pieza más extraña e intrigante en toda la discografía del quinteto. Y podríamos alimentarnos para el resto del día, por muy tempranera que fuese la lectura de estas líneas, solo con una ración de Smoke signal, justo la canción donde se mencionaba ese término, “cahoots” (“socios”), que acabaría sirviendo como título global. No lo dudemos: el tiempo le sienta endemoniadamente bien a uno de los raros ejemplos en que la historia no había sido buena y generosa con The Band.

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