Jonny Pierce olisquea una prenda masculina con gesto de éxtasis para la portada de Brutalism, un ejemplo de que el líder y ya único responsable de The Drums no se anda con rodeos ni pacaterías: no hay aquí tanto afán de provocación como el manifiesto empeño de evitar ocultaciones, y este es un disco adulto y de sinceridad descarnada. Los desaguisados sentimentales siempre son devastadores, cualquiera que sea el destinatario o destinataria de nuestras congojas, y Pierce completa aquí el recuento de cicatrices tras su divorcio que ya había emprendido dos años atrás con el no menos espléndido Abysmal thoughts. Nuestro espigado guaperas rubio sigue mostrándose insuperable en ese pop sintetizado de bajos muy metálicos que tanto nos consuela en ausencia de The Cure, y aquí Blip of joy y la muy electrónica Pretty cloud son añadiduras instantáneas al repertorio indispensable de la banda. También lo serán la golosina pop de 626 Bedford Avenue, con un estribillo que se adhiere a la memoria hasta el final de los días, y la enloquecida Loner, con desmadre de percusiones, coros finales estruendosos y un motivo muy chispeante de guitarra eléctrica, una pieza llamada a provocar auténticos estragos encima de los escenarios. Pero la mayor sorpresa nos la procura Nervous, la balada más hermosa que Pierce ha deslizado nunca en uno de sus álbumes, y eso que aquí la dolorida I wanna go back también aporta sus buenos quilates. Pero Nervous, desde su desnudez acústica, atesora una congoja insuperable y unos juegos armónicos muy inusuales en la trayectoria de un muchacho al que cada vez se le conocen menos límites. Porque ya nos encantaba aquel chavalito juguetón que irrumpió hace diez años con Let’s go surfing, pero el mozo neoyorquino se ha refrendado a estas alturas como un referente pop (y LGTBI) de primera magnitud mucho más allá de la Gran Manzana.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *