Reconozcamos con abierta franqueza que en anuncio de un nuevo elepé de The Killers nunca fue motivo suficiente, y cada vez menos, para abandonar todo lo que nos trajéramos entre manos y lanzarnos a su consumo ávido y compulsivo. Y admitamos de la misma manera, porque nunca sabemos cuándo puede mutar el rumbo de la historia, que este sexto trabajo de los de Las Vegas se erige en (inesperadísimo) antídoto contra aquel escepticismo apuntalado a lo largo de los años.

 

Convertido el cuarteto cada vez más en la banda de acompañamiento de Brandon Flowers, hasta el extremo de que uno de los integrantes originales (el guitarrista Dave Keuning) ha desaparecido de la alineación y otro (el bajista Mark Stoermer) se ha degradado, el muchacho de la voz meliflua aprovecha para hacer valer la fórmula que más han caracterizado sus escapadas como solista. Esto es: menos guitarras a cambio de muchos más sintetizadores, a veces en un despliegue tan orgiástico como si aún transitáramos por los años ochenta. Y un gusto por la melodía grandilocuente que linda con eso que dicen de los placeres culpables, si no fuera porque ningún estímulo sonoro que nos alegre el cuerpo debería revolvernos en absoluto la conciencia.

 

Flowers y el gran superviviente de sus aliados, el batería Ronnie Vannucci Jr., han querido enderezar el rumbo tras un par de discos, Battle born Wonderful wonderful, embarullados y francamente romos, y el volantazo consiste en concederle al jefe de filas un espacio más holgado para su desparpajo. Los Killers ennoblecen su propuesta con algunas invitadas de altísimo nivel, desde k.d. land (Lightning fields) a Weyes Blood (My God y otras aportaciones), deidades entre esa prensa especializada que, en contraste, siempre miró con hostilidad mal disimulada a los autores de Human. Y encarrilan el énfasis sonoro reorientándolo hacia unos parámetros a menudo parecidos a los de Fleetwood Mac en sus años comercialmente dorados, aunque siempre más cerca de Tango in the night (1987) que de Rumours (1977). El ejemplo más descarado es Running towards a place, pero es que el propio Lindsey Buckingham aparece como invitado en Caution. E incluso sospechamos que la elección del título sea otro guiño a Nicks, McVie y compañía, a poco que recordemos cómo se llamaba su álbum de 1982: Mirage.

 

Y así, superando reticencias y perplejidades iniciales, es como descubrimos en Imploding… un disco luminoso, disfrutable, hábil. Francamente inteligente. Así que toca abrirnos de oreja y desterrar viejas ojerizas.

 

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