Malas noticias: sigue sin haber nuevo disco de Radiohead. Buenas noticias: Thom Yorke está que se sale. Apenas diez meses después de dar rienda suelta a su faceta más tenebrosa con la banda sonora de Suspiria, larguísimo y lúgubre discurso con todos sus fantasmas en danza, da forma a su trabajo en solitario más elaborado y consistente, al primero que suena a obra con toda la intención y no solo a proyecto paralelo, a entretenimiento más o menos simpático en los entretiempos que le deje su ocupación primordial. Yorke ya no se entretiene con un trabajo a la carta para un director de renombre (Luca Guadagnino), ni se conforma con unas probaturas de apariencia más o menos casera (Tomorrow’s modern boxes) que no adquieren corporeidad física hasta cerca de tres años más tarde. Anima es un disco en solitario con todas las letras, y en ese sentido se puede homologar con el grueso de la obra de Radiohead, aunque la ausencia de guitarras le confiere un aspecto más hermético y experimental: más marciano aún de lo que se le presupone al bueno de Thom allá donde estampa su impronta. Nigel Godrich, el productor insignia de la banda nodriza, también se hace con los mandos en esta ocasión y nos sumerge en sus universos de electrónica severa pero extrañamente humana. Los siete minutos de Twist, por ejemplo, son pura ondulación, un vaivén para la sugestión y la inquietud. En contraste, Dawn chorus apuesta por la economía expresiva, el murmullo, la oración absorta. Nada que se pueda tararear, nada a lo que concibamos prestarle atención solo a medias. A todo esto, Anima vuelve a juguetear con los formatos: la versión física no llegará hasta mediados de julio, mientras que Netflix estrena un cortometraje homónimo de Paul Thomas Anderson con tres de los cortes este mismo 27 de junio. Todo muy enigmático; todo, tantos años después de que el nombre de Yorke se cruzara en nuestras vidas, tan endemoniadamente excitante.