A Thomas Oliver Chaplin le han cundido mucho esos 43 años bien llevados que luce. Ha tenido tiempo de elevarse a la gloria y erigirse en ídolo mundial del pop, pero también para descender a los infiernos de las adicciones y los peores fantasmas del alma. Ahora, alcanzado el equilibrio de eso que bien podemos llamar la madurez serena de la mediana edad, puede permitirse el lujo de retratarse con muchas más luces que sombras y entregar el álbum seguramente más reflexivo y hermoso de toda trayectoria, que en solitario aún era modesta pero al frente de Keane suma media docena de entregas. Midpoint es el elepé que se merecía Chaplin y que nos merecíamos de él, una exhibición de pop contemporáneo y adulto que abunda en baladas sentidísimas, tiempos medios exquisitos e interpretaciones vocales en las que, como en el caso de la estratosférica New flowers, cada nota parece alentada por el ángel.

 

Keane supo patentar un pop sotisficado, cantarín y pomposo a partir de las fórmulas de su compositor principal, Tim Rice-Oxley, tan hábil como para fiarlo casi todo a sus teclados y erigir grandes himnos de estadio sin necesidad de enchufar una sola guitarra. Han podido ser envidiados, parodiados y hasta ocasionalmente vilipendiados, pero su hoja de servicios produce mucha envidia y arroja sus buenas dos docenas de títulos imperecederos. Pero Tom ya dejó en su valiente estreno solista (The wave, 2016) y hasta en su mucho menos deseable secuela navideña (Twelve tales of Christmas, 2017), y que se explaya, como nunca antes, en su faceta de compositor vivencial e intérprete de templanza casi más propia de un crooner.

 

Elegir a Ethan Johns para la producción es un acierto irrefutable, como tantos en un álbum que acumula calor y matices insólitos, como las preciosas pinceladas de duduk armenio para Colourful light, uno de los cuatro o cinco cortes monumentales de la entrega. Imposible pasar por alto Rise & fall, que tiene algo del Thom Yorke más melódico y frágil; el envoltorio de un infante risueño para Black hole (Chaplin acababa de tener su segundo hijo cuando comenzó a concebir este repertorio) y el pálpito de la excelente Gravitational, lo único parecido a un single más o menos instantáneo y radiable.

 

En esta eclosión de la vida adulta y responsable, de las cuatro décadas como aceptación de uno mismo y de este mundo abrasador, Tom se permite incluso sonar añejo y hasta desfasado en It’s over, que bien podría haber firmado Gilbert O’Sullivan en sus años mozos, o a regalarse con Panoramic eyes la consabida balada pianística con pequeño solo de saxo. La maldita pandemia acortó hasta la mínima expresión la gira de regreso de Keane con un disco, Cause and effect, que habría funcionado maravillosamente bien sobre las tablas. Pero después de escuchar lo que se le ha pasado a Chaplin por la cabeza durante el paréntesis de introspección, no hay nada de lo que lamentarnos.

 

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