En un país razonablemente serio, Javier Krahe habría alcanzado categoría de tesoro nacional, de especie rara y merecedora de especial protección. España es un país del que sentir orgullo, pero que suele pecar de desapego hacia sus hijos ilustres, y no digamos ya si a la ilustración le incorporamos la heterodoxia, la diletancia, la disidencia frente a casi todo lo que no sea el compromiso con uno mismo. Krahe fue hombre de ingenio abrumador, desbordante, como este trabajo bien refleja. No le faltaron detractores, claro, porque la singularidad siempre escama a los susceptibles y vivimos tiempos en que proliferan los ofendiditos. Pero el propio Sabina, ¡Sabina!, abre esta colección con un soneto en el que se reconoce mero aprendiz abrumado frente a la sabiduría del maestro. Nunca se las dio de nada Javier ni se propinaba orgullosos golpes en el pecho, lo que tampoco ayuda a asomar la cabeza. Y sus propios cómplices, esos “huérfanos de Krahe” que aquí ofician la ceremonia de la admiración, son versos libres tan caóticos y desastrados que este homenaje llega tres años y medio después de la orfandad. Pero el directo desde la Galileo Galilei, nuestra Mandrágora contemporánea, preserva el aliento de la admiración asombrada. Los amigos televisivos (Quequé, Eva Hache, un vitamínico Gran Wyoming) demuestran su dominio de la escena, Javier Ruibal (“Salomé”) vuelve a frecuentar la estratosfera y Dani Flaco se queda con la joya de la corona, “Nos ocupamos del mar”, uno de los más bellos cantos en lengua castellana que alcanza a registrar la memoria sobre la vida en pareja. Y de propina, el único inédito de Krahe, “Coplas patéticas”, urdidas por su Joaquín del alma. Y un DVD generosísimo para ampliar conocimientos. Un regalo. Y, lo dicho, un tesoro.

 

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