Lo de Cherry Red, el sello especializado en rescatar y dar nueva vida a recónditos fondos de catálogo, es definitivamente otro nivel. The British sunshine pop rebusca –en este caso el mérito corresponde a Gratefruit Records y a David Wells, ávido rastreador de material ignoto– en el quinquenio mágico entre 1967 y 1972 para analizar la respuesta británica al imperio multicolor del Summer of love, el auge y esplendor máximos de las enseñanzas de los Beach Boys y, en general, toda la eclosión de sonidos risueños, soleados, radiantes, pletóricos y un punto lisérgicos que provenían de toda la línea costera californiana. Parece que no habrá mucho que rascar en un periodo que teníamos por rabiosamente experimental, sesudo y sofisticado en tierras británicas, siempre más proclives a la borrasca, el nubarrón y el temporal que al despliegue cromático. Pero no: preparémonos a esta felicísima avalancha de ¡57 bandas! y otros tantos botones de muestra, pues ninguna repite presencia a lo largo de las más de tres horas y 40 minutos de incursión.

 

Lo más fabuloso, como sucede con meritoria frecuencia en los trabajos de Cherry/Gratefruit para desempolvar material poco trillado, es comprobar cómo en un periodo capital y tan estudiado en el devenir de la música pop aún podemos encontrarnos con un amplísimo porcentaje de artistas que desconocíamos por completo o cuya exposición a nuestros oídos había sido tan colateral y efímera que nunca pudieron hacerse un hueco en la memoria. Incluso en los escasos, contadísimos ejemplos de grupos y solistas célebres (The Hollies, The Zombies, Cliff Richard, Petula Clark, Herman’s Hermits, The New Seekers) se opta por piezas recónditas, infrecuentes, muy poco difundidas. La sublimación de esta práctica la encontramos en el caso de Genesis. Todo el primer álbum de Peter Gabriel y los suyos, From Genesis to revelation, es una rareza en sí mismo, pero Wells nos propone una grabación pretérita, Try a little sadness, que ni siquiera vio la luz en su día y de la que nunca nada se supo hasta una recopilación de 2004.

 

What a groovy day se convierte así en un artefacto inequívocamente melómano, sin duda, y con un buen número de intérpretes cuya vigencia se cuenta más en semanas que en años. Pero no nos hallamos, que conste, ante una colección estrafalaria que solo satisfará a los coleccionistas más compulsivos. Al contrario, el trayecto es adictivo y amenísimo, una virtud solo posible a partir de una materia prima nacida en una época y circunstancias seguramente irrepetibles. A título de ejemplo, la canción que da título a la antología y sirve como primer corte cuenta con la firma de los adorables Harmony Grass, prodigios de la armonía vocal en la escudería de RCA. Su fulgor fue tímido y la vigencia en el tiempo, reducida, pero es que, para ponérnoslo más difícil, What a groovy… ¡era una cara B! Soberbia, para más señas.

 

Hay propuestas que solo duraron un single, como en el caso del falso y fabuloso Alexander Bell. Hay sorpresas colosales para muchos, como la versión en inglés de Mejor, de Los Brincos, que The Bystanders convirtieron en Make up your mind. Y hay hasta la traslación de un clasiquísimo de Cole Porter, I’ve got you under my skin, al feliz espíritu de la época a cargo de una banda tan fantasmagórica, Infinity, que ni siquiera llegó a publicar sus escasos trabajos en su momento. El caramelo, ya se puede intuir, es de sabor prolongado y consumo intenso y duradero. Dosifíquese según la disponibilidad horaria, pero no dejen de paladearlo hasta el último gramo.

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