En caso de que algún interlocutor no estuviera muy seguro de a qué nos referimos cuando hablamos de dream pop, lo mejor será dejarnos de academicismos e invitarle a escuchar While you wait, el tema que abre boca en The jacket. En esos cinco minutos encontramos el género en pura quintaesencia; no ya solo por el tempo parsimonioso y la voz susurrada de Molly Hamilton, sino incluso por esos esbozos iniciales de flauta que agudizan hasta el paradigma la sensación de que este viaje sonoro transcurre entre las nubes, ajeno a la ley de la gravedad.

 

Es una buena manera de sentar las bases desde el principio y corroborar la precisión y excelencia que ha alcanzado el discurso de Hamilton y su socio masculino, Robert Earl Thomas, a la altura de su sexto álbum en apenas una década. Les ha cundido el tiempo, han perfeccionado el oficio y logran sonar absortos, seductores, perezosos y ligeramente inquietantes. Solo ellos podrían traducir a la ensoñación aquel Romeo and Juliet de Dire Straits, una travesura adorable con la que amenizaron la espera desde Plum (2020). Pero The jacket, que parte de una vaga idea sobre un disco temático dedicado a la industria textil, mejora todos los estándares. Porque suena espeso, cargado, hipnótico, a ratos próximo a la saturación. Si escuchamos el tema que le da título, lo comprenderemos todo mucho mejor.

 

Everything is simple surge como el gran banderín de enganche por su aire más próximo a la canción de autor, con la silueta de Suzanne Vega asomando por el retrovisor. La voz doblada en True blue, quizá la otra canción colosal de entre las 10, coloca a Molly a muy pocos cuerpos de su paisana Adrianne Lenker (Big Thief), mientras las guitarras con efecto twang se apoderan de momentos particularmente seductores: anoten The drive y Salt, como mínimo.

 

Incluso hay resquicios para el melotrón y la psicodelia con Unwind, entre otros momentos. Robert y Molly han elevado a canon su dominio del baile despacioso (Slow dance es aquí un título casi autoexplicativo) y cuesta no rendirse al embeleso. Tampoco merece la pena resistirse; solo disfrutarlo.

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