Pocos compositores son tan merecedores de admiración en este país como el donostiarra Alberto Iglesias, responsable de una obra abrumadora en alianza con otras artes –sobre todo cine, pero también danza y dramaturgia– y con un currículo todavía más extenso de lo que sugiere la larguísima hilera de trofeos que engalanan sus estanterías. Le contemplan 11 premios Goya y cuatro nominaciones, ¡cuatro!, a mejor banda sonora en los Óscars de Hollywood, de las que al menos la de El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005), bellísima, bien habría merecido la estatuilla más codiciada. Pero resulta llamativo caer en la cuenta de que un compositor tan fértil como él no difundía un trabajo desligado de otras obras nada menos que desde Cautiva (1992), un álbum que se remonta a los tiempos de aquel sello discográfico marciano y prodigioso, Música Sin Fin, impulsado por el inolvidable Juan Alberto Arteche.
La espera, treinta y algún años después, ha finalizado. El hombre que mejor ha sabido traducir a los pentagramas el universo de Pedro Almodóvar se quita la espina de la inactividad en nombre propio no con un trabajo, sino con dos. Phantom songs y Asalto al castillo se han concebido como dos obras independientes y simultáneas, aunque cuesta disociar una de la otra y, puestos a encarar disyuntivas complejas, tampoco resulta sencillo determinar una favorita y relegar a su hermana a la categoría de segunda opción. Entre otras cosas, porque ambas son espléndidas y comparten elementos estilísticos, en particular su mutua fascinación por la literatura y la apuesta por la poesía o la narrativa como espoletas inspiradoras.
El gran público volverá a reparar ahora en el guipuzcoano como autor de la música para Balenciaga, la serie televisiva para Disney+, porque ya advertíamos arriba sobre su carácter prolífico y la inacabable catarata de encargos a la que habrá de hacer frente (imaginamos que con no pocas ofertas declinadas). Pero estos dos ciclos musicales, cercanos en ambos casos a la hora y cuarto de minutaje –resérvense una tarde completa en el salón, con la agenda despejada y el teléfono lejos del alcance de la mano–, representan ahora mismo la quintaesencia de una manera de escribir y de sentir. La de Iglesias es música compleja pero en absoluto inextricable; valiente y al mismo tiempo luminosa. Profundamente lírica, intensa en el uso de las disonancias y nada amiga de la pompa ni de la baratija.
Phantom songs adquiere su forma definitiva en nueve partes, con cuatro canciones y cuatro antífonas, además de un intermedio breve. A la London Orchestra y el pianista Juan Pérez Floristán les acompaña un contratenor excepcional, Carlos Mena, y los textos giran en torno a poemas de John Ashbery, René Char, Wallace Stevens o Pier Paolo Pasolini, con la peculiaridad de que las antífonas se nutren de fragmentos o palabras de los poemas de canciones, casi a la manera de un collage. En el caso de Asalto al castillo, habremos de abordar también nueve movimientos pero esta vez de carácter orquestal (Flemish Radio Orchestra) y vocal, con la mezzosoprano Iris Oja y el coro Theatre of Voices, además de la destacada presencia del vilonchelista Marín Cazacu. Una alineación de ensueño para abordar unos textos que en ocasiones cuentan con la autoría del propio Iglesias, pero que también se nutren de Samuel Beckett o de Georges Bataille.
No es música de acceso inmediato, desde luego, ni pretende llegar a todos los públicos, pero su capacidad de seducción, asombro y hasta de abrigo crece a cada nueva escucha, como con las mejores partituras de Gorecki o de Bernstein. Y un músico capaz de garabatear versos como “Araña con mi ojo en tu boca / No alargues el duelo / y escucha la canción / de la sombra que vuela” (en el segundo movimiento de Asalto…) encierra, muy probablemente, un poeta de envergadura en su interior. Todo será que se ponga a ello, pero, por ahora, hemos de agradecerle este regalo de dos grandes colecciones desligadas de su condición gregaria respecto a la pantalla grande.