Los amantes del piano neoclasicista harán bien en abalanzarse sobre este disco, sin dudarlo ni por un instante: Alexandra Stréliski está llamada a ser su nueva heroína. Stréliski ha crecido y se ha formado entre París y Montreal, y hay algo de esa delicadeza francófona, de ese refinamiento de sirimiri parisino, en el sutilísimo material que nos acaba calando a través de estos tenues esbozos pianísticos. Hasta la ya mítica banda sonora de Yann Tiersen para “Amélie” parecerá un crudo ajetreo ruidista si lo comparamos con la parsimonia de piezas como “Plus tôt” o “Par la fenêtre de Théo”, miniaturas hermosas y frágiles como figuritas de porcelana. Alexandra es una firme partidaria de la vulnerabilidad frente al ébano y marfil de su teclado: toca con pulso sedoso, escribe con marcada predilección por los compases ternarios (“Changing winds” resulta ser un vals encantador) y rehúye cualquier tentación de perorata, por lo que sus partituras acaban convirtiéndose en miniaturas ensoñadoras de tres minutos escasos. Lo había demostrado en las bandas sonoras de “Dallas buyers club” y “Demolición”, y no digamos ya en la serie de HBO “Big little lies”. Aquí ofrece 11 paisajes de liviano impresionismo que parecen suplicar su emplazamiento en película de corte melancólico, como si nos encontráramos ante una nueva depositaria del legado de Satie. Incluso quienes añoren a ídolos del piano ‘new age’, en particular el de George Winston, se quedarán maravillados con estos 35 minutos de penumbras, orvallo y belleza extática. Escúchenla: Alexandra sabe de las bondades de la llovizna.