Hace tiempo que perdimos la cuenta con los discos de Ani. Es probable que más de uno haya desistido de tener completa y ordenada su colección, a pesar de que llevaría unas cuantas horas escuchar el lote completo del que dispongamos. Es el problema de los autores tan prolíficos: necesitaríamos una “quincena DiFranco” al año, a modo de sesión intensiva y temática, para ponernos al día. Un dato elocuente: ella mismo ha relatado en alguna ocasión que a los 19 años ya disponía de un centenar largo de temas en cartera.
Es difícil acordarse de a qué álbum pertenece cada canción, pero Ani tiene una ventaja incuestionable: pongas el que pongas, será entre razonable y manifiestamente notable. Este último, no. Este es rematadamente bueno. Más sereno y detallista que la mayor parte de sus antecesores. Seductor con sus medios tiempos, con esos violines inesperados (Alrighty), con las aportaciones de los metales, con los arrebatos más furibundos (Spider).
Ha sido, y aún sigue ejerciendo como tal, un icono del feminismo. Un ejemplo de coraje; de rabia, también, si se quiere. Nos viene a la cabeza ahora su concierto de septiembre de 2014 en la hoy ya aniquilada sala Arena, en Madrid. Entonces presentaba un disco llamado Allergic to water, y, aunque solo fuera por ese título, no quedaba otro remedio que reengancharse (con gusto) a ella. Este de ahora es mejor. Aunque solo fuera porque incluye Even more, una de esas canciones en estado de gracia que merece hueco en cualquier lista de 2017. Casi en cualquier lista con la que poner a disfrutar esas orejitas tuyas hambrientas.