Han querido la casualidad y el destino que la concesión del Premio Nacional de Músicas Actuales a Antonio Serrano coincidiera justo con el momento en que el armonicista madrileño estaba sacando del horno esta nueva e inapelable muestra de su talento. Y aunque el galardón del Ministerio de Cultura –que goza de todo el prestigio y hasta de su buena dotación económica– no se haya divulgado como debiera, porque la miopía española en torno a sus grandes activos artísticos es un mal desgraciadamente muy arraigado, esta alineación de planetas debería servir para que el nombre de Serrano salga del distinguido círculo de los entendidos y enteradillos para expandirse por cuantas direcciones acierte a asignarle la providencia. Porque no se precisa una formación musical abrumadora para disfrutar, en una u otra medida, de un álbum tan ameno, dulce y delicioso como este Jazz caló, más allá de que, como en todo, el acercamiento a la obra admite distintos grados de intensidad y conocimientos previos. 

El mago de la armónica, un virtuoso a nivel mundial que no ceja en su empeño –recién superado el listón de la cincuentena– de seguir aprendiendo a cada paso del camino, ha acertado a encontrar un pianista joven y todavía poco demandado para el que solo cabe imaginar un futuro deslumbrante. Kaele Jiménez tiene 24 años, es un gitano nacido y criado en el pequeño municipio vallisoletano de Medina de Rioseco y ha conseguido reverdecer en Antonio el pálpito y la pasión flamenca de la que se alimentó durante su década al servicio del maestro Paco de Lucía. Nunca se había acercado tanto Serrano a los territorios del jazz flamenco, pero este Jazz caló recuerda inevitablemente en ímpetu y espíritu –que no en sonido– a las alianzas entre Michel Camilo y Tomatito o entre Chano Domínguez y Javier Colina, el contrabajista navarro que, por cierto, asoma en un par de cortes por aquí para aportar poso, cimiento y solvencia a un tándem ya de por sí tan afianzado que se les diría socios de media vida. En concreto, la incursión de Colina en Río ancho, precisamente un clásico de Paco de Lucía, sirve como una suerte de cuadratura del círculo y se convierte en uno de los momentos culminantes de entre los 13 cortes de este estreno.

Kaele es autodidacta (asómbrense) y tiene la edad de los desprejuiciados, lo que explica que a su finísimo tacto gitano con el piano acústico agregue un gusto por los teclados que en ocasiones (Guitarra mía, de Atahualpa Yupanqui) acerca a la pareja, contra todo pronóstico, a los territorios del smooth jazz. Por lo demás, Serrano y Jiménez parecen aplicar la lógica del disfrute particular en la selección de un repertorio que bascula entre los tres temas propios al alimón (el palpitante Brazo de gitano, el baladón Evocación) a las debilidades manifiestas (Chano Domínguez, Parrita o De Lucía, a quien se le rinde un segundo tributo con Canción de amor) o las lecturas a la manera ibérica de grandes standards estadounidenses, como Giant steps, de John Coltrane, o la excepcional y divertidísima adaptación de Take the “A” train, de Billy Strayhorn. Y queda aún el componente sureño que proporcionan el clásico popular La tarara –en versión hermosa, por difícil que resulte extraer más brillo de semejante tesoro– y aquel Cai que Alejandro Sanz le escribió a Niña Pastori cuando el de Moratalaz seguía siendo el autor brillante que se nos desvaneció de dos o tres lustros a esta parte. 

Parece que a Serrano se le agolparon grabaciones, ideas, esbozos y materiales de distinto pelaje hasta que llamó a su viejo amigo Tino di Geraldo para que pusiera orden como productor y arraigo como percusionista. Entre unos y otros han acabado redondeando un trabajo precioso que, siendo ya de por sí excelente, debería ser el comienzo de algo todavía más grande. Más aún que los merecidos reconocimientos ministeriales. 

3 Replies to “Antonio Serrano & Kaele Jiménez: «Jazz caló» (2025)”

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