A la hora de radiografiar la música de nuestros vecinos portugueses rara vez reparamos en la región de Algarve, casi siempre asociada con el turismo playero para bolsillos no necesariamente boyantes. Pero en esas llega un percusionista y productor alemán, Oliver Belz, afincado hasta no hace tanto en la Baja Sajonia, que se queda prendado de esas latitudes, apuesta por la serena sensualidad del sur de Portugal como nueva base de operaciones, se amiga de músicos locales del más variado pelaje y acaba organizando jam sessions mecidas por la brisa y con regusto a salitre hasta muy altas horas de la madrugada. De todo ello se nutre este Sundub society, un artefacto habilísimo de soul-jazz con generosas gotas de reggae, abundantes guiños tropicales y un manifiesto empeño por hacerse fuerte en las terrazas, clubes y chiringuitos de cualquier línea de playa, o en nuestras mejores convocatorias caseras con importante presencia de combinados y coctelería.

 

Belz es, sobre todo, un catalizador de talentos ajenos y diversos, un enamorado del discurso multicultural y mestizo, de esos arenales en los que la fritanga y el cervecerismo desaforado dejan paso a la piel bronceada, las tablas de surf, la chavalería de cuerpos cincelados y la sicalipsis a ritmo cadencioso. Ya en anteriores trabajos había evidenciado una predilección manifiesta por el calor y la sabrosura (sus acercamientos a la música de la Cuba precastrista son adictivos), pero aquí pone el foco en Jamaica (Till I landed o Ganja day, este más cercano al dub), apuesta por la lusofonía (Porto de abrigo) por mediación de Ally Garrido, una muchacha que imagina las intersecciones entre Amy Winehouse y la bossa nova; y recurre a la excelente vocalista británica Josephine Nightingale, proveniente de Bristol pero asentada en Lisboa, cuando apuesta por el tórrido soul de la vieja escuela (The rooster calls).

 

El resultado es un trabajo despreocupado, afable, amenísimo y muy bailable, pero con giros de cadera más sinuosos que frenéticos. BSC se erige en un artefacto noctámbulo y evocador de jornadas pletóricas y desinhibidas, con fuentes de inspiración como –cita literal– “surferos tatuados, buscadores de la espiritualidad, curanderos del arcoíris y doncellas místicas”. Poco que objetar, en ese contexto: la hechicería sonora del alemán enamorado de las costas del sur ofrece aquí 36 minutos (los dos últimos cortes son solo recreaciones de temas previos) con una solvencia irrefutable.

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