Resulta extraño pensarlo en estos términos, pero con Lives outgrown asistimos, en sentido estricto, al debut en solitario de Beth Gibbons. La discretísima (o acaso enigmática) sacerdotisa de Devon ha puesto voz y letra a las diabluras electrónicas de Adrian Utley y Geoff Barrow durante la tripleta de álbumes de Portishead, el último de los cuales fechado hace ya más de tres lustros; firmó hace también demasiado tiempo un álbum precioso en compañía de Rustin Man, nombre artístico del bajista de Talk Talk (Out of season, 2002), y hace cinco temporadas se embarcó contra todo pronóstico en una preciosa y desconcertante relectura íntegra de la Sinfonía nº 3 del polaco Henkyk Gorecki, una obra a la que otorgó el título propio de Symphony of sorrowful songs. Y ese era todo su bagaje fonográfico hasta la fecha: cinco entregas dispares a lo largo de 30 años, más allá de sus docenas de apariciones fugaces en obras ajenas. Pero Lives outgrown se erige ahora, de alguna manera, en la obra que simboliza una vida entera. No es el trabajo de una mujer madura, sino que encarna la madurez misma. Y resulta una experiencia tan densa y hermosa que durante tres cuartos de hora deberíamos olvidarnos de todo, hasta de la rotación de la Tierra. Porque la obra que Gibbons ha ido imaginando, modelando y urdiendo durante quién sabe cuantísimos años bien lo merece.
El ascendente de Talk Talk (¿seremos alguna vez plenamente conscientes de su todavía poco aventado legado pluscuamperfecto?) reaparece en el currículo de Beth a través de la figura de Lee Harris, batería original de la banda de The colour of spring y responsable aquí de la madeja complejísima de percusiones insólitas, nada convencionales y decisivas en el timbre de un álbum tan minucioso e imaginativo como el que nos ocupa. El otro colaborador necesario responde de James Ford y ha materializado como productor el empeño de Gibbons en que no se colase en la mesa de mezclas ni un átomo de electrónica, pero tampoco sonidos acústicos “demasiado evidentes”. Y a partir de esos mimbres se erigen las 10 composiciones originales de la protagonista, clases magistrales reconcentradas de lirismo, tristeza, pathos y asunción dolorosa de nuestra pobre condición mortal. Más que canciones de cuatro minutos con algunas de las sucesiones al uso de estrofas y estribillos, son conjuras de belleza extática frente a la desolación del mundo exterior. La música entendida como un refugio, un vergel, una infranqueable cúpula celestial que repele cualquier agresión de la vida moderna y la estupidez humana.
Gibbons abre esta particular suite autobiográfica y testimonial en 10 movimientos con la taciturna Tell me who you are today, un cántico arropado por cuerdas desvaídas en la que la artista se instala en una tesitura grave y casi irreconocible, primer indicio del infinito caleidoscopio sónico que nos espera. Pero la belleza se vuelve definitivamente plena y mercurial con Floating on a moment, un monumento mayestático en el que confluyen la cuerda pulsada, las armonías vocales (otra rareza en los cánones gibbonsianos) y hasta unos conmovedores coros infantiles. Las cuerdas reaparecen con Burden of life, solo que desde una óptica más dramática, disonante y arrebatada, como para una audiencia familiarizada con la clásica contemporánea.
No hay un modelo único de canción en este trabajo, más allá del sosiego trágico que hermana a buena parte de ellas. Pero Gibbons sabe alternar los momentos más extáticos (Lost changes) con la contundencia percutiva y tribal y el arañazo de la guitarra eléctrica distorsionada que recorre Rewind. La rareza sonora de Reaching out –acordémonos de las extravagancias percutivas asumidas por Lee Harris, que ha reconocido la utilización de latas con judías en su interior y demás inventos tímbricos– enlaza con Kate Bush, que quizá no por casualidad ya había titulado así una de sus piezas en el álbum The sensual world (1989). Y For sale aporta modismos orientales de la misma manera que Beyond the sun nos deja la constatación de que pocos autores como Nick Drake son ahora mismo tan reivindicados entre los mayores tesoros de la historia musical británica.
¿El balance final? Lives outgrown es un disco tremendo. Tan colosal que casi intimida, pero tan humano que no podemos sino sentirlo muy próximo.
Posiblemente el disco más bello de 2024,
Como mínimo, sin duda, entre los diez mejores… ¡Gracias, Vicente!
El mejor disco de la ex de Portishead en solitario. Es brutal. Muy bueno. Saludos
Sensacional, sí. Muy de acuerdo.