¿Quién podría superar un álbum como U.F.O.F., el regreso primaveral de Big Thief? La respuesta es tan evidente como desconcertante: los propios Big Thief. Aquel disco ya era fascinante; encontrarnos menos de medio año después con una secuela, una conmoción. La diferencia entre la grabación de su antecesor y de este Two hands es mínima, por lo que el común de los oyentes se entretendrá con el juego de dilucidar cuál de los dos trabajos es su favorito. La disyuntiva, ya lo advertimos, resulta endiablada: entran ganas de quedarse con el más reciente que hayamos escuchado. El cuarteto se enzarza así en un combate consigo mismo para entrar en las listas de lo mejor del año, y si apostásemos por introducir en la urna la papeleta de U.F.O.F. sería más bien porque llegó cronológicamente primero. Two hands apuesta un poco más por la electricidad y la crudeza, aunque se trata de un matiz sutil. Aquí, en suma, lo termina absorbiendo todo la personalidad fascinante de Adrianne Lenker, una muchacha de fragilidad apriorística como soporte para una insólita fiereza interior. Hay dos temas consecutivos al comienzo del álbum, Forgotten eyes y The toy, que no pueden escucharse sin que nos derritamos: no sabemos si Lenker acabará sollozando, desafinando o desvaneciéndose, pero parece en el filo de la debacle y, sin embargo, acaba sirviéndonos como una inyección de pura vida. Y más adelante llegará Wolf, el otro punto de no retorno, un aullido quedo de hermosura infinita. Son de Brooklyn, pero aquí parecen paseando a principios de los setenta por alguna campiña británica; solo les faltarían los ruiditos ambientales, como en un disco de Heron. Mucha hermosura reconcentrada, y por partida doble: un hito que tendrán muy difícil superar en cualquier año futuro.