Nunca se tomó ni un solo minuto Brittany Howard la molestia de disimular su devoción por Prince, un rasgo que la emparenta con unos cuantos millones de melómanos por medio mundo y que la honra, qué duda cabe, como artista cabal, poliédrica y corajuda. Pero este segundo álbum por cuenta propia, inmersos sus Alabama Shakes en un paréntesis con apariencia de (casi) definitivo, a ratos parece un disco que el irrepetible Príncipe de Mineápolis podría haber sacado a la luz si aún tuviéramos la dicha de contarle entre nosotros. La simbiosis es muy intensa, entre inquietante y fabulosa, más aún si por el falsete del uno y la privilegiada tesitura vocal de ambos se nos difuminan las fronteras de género. Brittany lo abarca todo y se desenvuelve con una solvencia descomunal. Sabíamos que ya era una estrella, pero he aquí la prueba que andaban esperando los rezagados para corroborarlo.
Lo que en Jaime (2019) veíamos como una excursión solista ahora tiene más aspecto de refrendo a carrera en solitario, a la vista de que los Shakes siguen en hibernación y sin casi latido, y de que su jefa de filas iguala ya la producción discográfica de la banda matriz, estancada en Boys & girls (2012) y el aún mejor Sound & color (2015). En cualquier caso, la de Athens (Alabama), siempre híbrida e impredecible en los cruces de camino, opta por una dirección casi contrapuesta a la de su debut. Si Jaime estaba enmarcado de manera casi monográfica por el trauma de la pérdida temprana de su hermana, y era un disco de congoja, dolor y desconsuelo, ahora opta por su sonoro “¿y ahora qué?”, justo el título del nuevo álbum, y se lanza al vacío de un soul alucinógeno y con más espíritu futurista que analógico. Por eso estamos ante un trabajo más difícil, pero también doblemente excitante.
Howard toma la decisión más audaz y también arriesgada, la de primar el sonido, el ambiente y la textura frente a la inmediatez de los estribillos. What now es un disco excelente, pero de tarareo improbable. Un álbum cuya nota global es superior a la suma de las partes. Y renuncia a la búsqueda del single por antonomasia para favorecer una escucha concebida como experiencia inmersiva.
En consonancia con las cada vez más afianzadas tendencias actuales, el disco no alcanza los 40 minutos para que la atención del oyente, esa quimera contemporánea, no se diluya en la pura evanescencia. Pero Brittany, hija de madre blanca y padre negro, imparte una lección sonora de primera magnitud. Desde I don’t, que hunde sus raíces en los años setenta, hasta el jazz ambiental de Samson y el funk rabioso de Power to undo, hablamos de un viaje en toda regla. Y el vértigo, para los valientes, está asegurado.