Empieza a suceder algo verdaderamente llamativo en torno a Bulego, y el fenómeno tiene visos de no parar. Al contrario: ventajas de pensar en grande, algo a lo que el trío guipuzcoano parece abonado sin remilgos, y bien está llevar esa actitud decidida y valiente hasta sus últimas consecuencias. En un territorio en el que estábamos más acostumbrados a las formaciones de rock duro o de filiación folclórica, los de Azkoitia provienen de un municipio chiquito pero piensan en pabellones o en estadios. No resulta raro descubrir, de hecho, que Zurekin, una rotunda y encendida canción de amor, nació a la vuelta de un viaje a Barcelona para asistir a un concierto de Coldplay. Salvando las distancias, los ecos de Chris Martin y sus chicos suenan aquí y allá durante buena parte de este segundo álbum de Bulego, un disco pomposo y rotundo, lírico desde la grandilocuencia. Sentimental, sí, pero también extrovertido.
La paternidad del cantante y compositor Tomas Lizarazu, reciente papá de una chiquilla, late detrás de buena parte de los contenidos de este Aldatu aurretik (“Antes del cambio”), una reflexión, en suma, sobre esos puntos de inflexión vitales ante las que ya no cabe vuelta atrás. Pero no parece haber incertidumbre ante el proceso, sino una energía contagiosa que se traduce en un repertorio de estribillos orondos, eufóricos. Verdaderos estallidos de manual; canciones para abrazar y corearse, y aprender las suficientes nociones de euskera (el álbum no incluye las traducciones) como para dejarse, merecidamente, una parte de cuerdas vocales en el empeño. De ahí las eclosiones sintetizadas, la habilidad en el manejo de unas melodías que crecen y adquieren rumbo ascendente hasta encontrar cobijo en la memoria.
Bulego maneja también con habilidad la baza de las colaboraciones, que además multiplican la sensación de amplio espectro: Ede, una vez más espléndida, aporta versos en castellano en el muy contagioso tiempo medio Ez nintzen ni izango (Esa no sería yo), mientras que Ginestà nos adentran en el catalán participando en la muy cantarina Agur agur. Y el componente étnico, aunque nada protagónico, también acaba asomando por cortesía de Oreka TX, que aderezan Gizon con el repiqueteo de troncos de la txalaparta.
El principal peligro, el del formato recurrente, se elude en buena medida: el disco no es extenso, dosifica recursos y es muy afable también en los momentos acústicos y pausados (Zure begi horiek), a la postre tan propicios para el canturreo como los más ardorosos. Es imposible pasar de puntillas por un disco así; un idioma minoritario como el euskera merecía un empeño de estas dimensiones.
Habrá que escucharlos. Allá voy!
¡Dale, dale! 🙂