Nunca le han faltado detractores a Enrique Bunbury, artista rococó por antonomasia en nuestro ecosistema, príncipe y maestro consumado de todos los melismas, raphaelista militante en los tiempos en que reivindicar al de Linares se equiparaba con una terrible aberración. Al final el tiempo coloca a cada cual en su sitio, y el artista zaragozano puede colocar sobre la mesa, golpetazo incluido, esta caja colosal por contenido y continente, por sustancia y también gramaje, porque a los músicos grandes también les gusta hacer las cosas a lo grande: ellos, que pueden. Ha habido bandazos en la trayectoria de Bunbury, desde luego, pero muy pocos signos de cobardía. Y este cofre intimidatoria da buena cuenta de ello. Son ocho vinilos, ocho; o, si se prefiere, cuatro elepés dobles, para repasar de manera intensiva (y aún habrán quedado cosas en el tintero) estas tres décadas que pasaron en un vuelo porque su protagonista ya se encargó de no parar en un solo momento. Enrique ha normalizado su propia relación con Héroes del Silencio, el embrión del que parte todo y un grupo que acabó adquiriendo una relevancia, una estatura, como no recordaba en décadas el rock en castellano. A los héroes les dedica su principal artífice el cuarto de estos dobles elepés, mientras los otros tres se los reserva a su periplo en nombre propio: una relación de tres a uno que es razonable desde la perspectiva de 2019, aunque algún fan habría agradecido alguna concesión adicional al periodo silencioso. Podrán objetarse bandazos, algún exceso, ciertos tics o indulgencias. Pero este demoledor cofre es un regalo. Para cualquier destinatario melómano, sobre todo los fetichistas (atención al libro a tamaño 30×30). También, y ante todo, para los oídos. Le pudimos creer a ratos desmesurado, pero nuestro Ortiz de Landazuri ha terminado siendo sencillamente ineludible.
El enésimo recopilatorio, el enésimo intento de sacarnos mas dinero … con algo que, además, ya tenemos sus seguidores. No cuela