Los discos de versiones a menudo sirven para amenizar paréntesis creativos o como pasatiempos que pueden bordear la autocomplacencia para rellenar periodos de barbecho o etapas de transición. Pero parece evidente que Aleix Turon y Joan Delgado, los artífices de Cala Vento, no disponen de marca blanca en sus estándares de calidad y solo saben involucrarse hasta los tuétanos en cuantas faenas emprenden, incluso aquellas que de antemano aparentan ser ocupaciones menores. Este inopinado Brindis nace en teoría como un autohomenaje con motivo del décimo aniversario de la banda, pero lo que podría pasar por anécdota se eleva a categoría ante el tenaz empeño del tándem por trascender la mera recreación medianamente ocurrente de material ajeno y convertirlo en un artefacto autónomo y con personalidad propia.

 

El arte de la versión radica en equilibrar esa cuasi cuadratura del círculo que supone respetar la pieza original sin desfigurarla, pero no limitarse a la réplica fidedigna con una simple capa epidérmica de colorete a su paso por la sala de maquillaje. Y eso es lo que Brindis mejor consigue en cada uno de los capítulos, genuinas reinvenciones que suenan como si hubieran nacido en la factoría de Cala Vento, pero no a costa de demacrar ni desmigajar lo que los autores originales concibieron en su día y por los que, en buena lógica, los gerundenses les testimonian ahora su admiración.

 

Por eso este relativo capricho se convierte en quinto disco de pleno derecho en el devenir de los catalanes, que incluso logran encajar equilibrios endemoniados a la hora de balancear entre piezas ignotas, debilidades personales y exitazos de procedencia dispar. Este último es el apartado más morboso, puesto que a cualquiera le pica la curiosidad ante la perspectiva de escuchar la visión calaventizada de himnos tan populares como Lento (Julieta Venegas), un Grita (Jarabe de Palo) que se vuelve fiero y algo canalla o, sobre todo, aquel Insurrección de El Último de la Fila, emblemático y seguramente insuperable de partida, pero aquí reimaginado de una manera muy personal, adictiva y originalísima.

 

Frente a páginas tan ilustres, la gracia consiste en añadirle al menú unas gotas del ecosistema catalanoparlante (Els Pets, Aixopluc), una exquisitez de la escuela italiana para alumnos avanzados (Lucio Battisti) o un par de ejemplos en el siempre complejo arte de las adaptaciones, a buen seguro peliagudas si los autores traducidos y amoldados son un par de grupos tan complejos como Turnstile y Fugazi. Y añadamos, como guinda del pastel, que el noveno corte no es una versión sino una aportación propia, solo que en compañía de un artista invitado y mucho menos divulgado que los firmantes, Lecocq, y además en un idioma nada materno, el italiano. Así llegamos a ese monumento tierno, inesperado y socarrón que responde al título de Sono innamoratto di te, una especie de himno con finalidades nupciales que sirve para corroborar que los cerebros de Delgado y Turon nunca operan en la modalidad de piloto automático. Así les va (de bien). Y qué bueno que así sea.

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