Hay titulos que lo dicen todo, y Pasajes de lo impuro es uno de ellos. El joven sexteto sevillano Canastéreo se presenta en sociedad haciendo bandera de su naturaleza mestiza y presumiendo de los muchos caminos sonoros que confluyen en su encrucijada. Se dicen habitantes de la Trianosfera, como homenaje terminológico al territorio que definió el inolvidable trío encabezado por Jesús de la Rosa, y en este rutilante estreno avalan que la suya es una apuesta concienzuda. Porque Pasajes es un disco bello y, sobre todo, meticuloso, un despliegue del mejor rock andaluz o andalusí que hemos escuchado en años.

 

Canastéreo no disimulan ser compañeros de generación e ideario de los también hispalenses Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, que reabrieron la espita de este rock orientalizante por el que también han dado en transitar, nuevamente desde Sevilla, los mercuriales Califato 3/4. Las composiciones del guitarrista Juan Olaya que enarbola la voz quejumbrosa y esencial de Jesús Contador aúnan el apego hacia la tierra que sentía Morente con el gusto por los aderezos psicodélicos y, sobre todo, las enseñanzas del rock progresivo de King Crimson. Nunca Lorca se sintió tan cerca de Robert Fripp, y de ahí que la impureza se convierta en santo y seña para uno de los mejores trabajos nacidos en muchos meses al sur de Despeñaperros.

 

La seriedad de la fórmula ya se evidencia con ese prólogo in crescendo de un par de minutos, que desemboca en la excelente Cien desiertos, con su compás de amalgama y las guitarras desbocadas. Es el mismo paisaje eléctrico, visceral e impredecible que más adelante se multiplicará con Harakiri, tan enérgica que tiene mucho de catarsis y expulsión de los demonios interiores. Y que multiplica su impacto al llegar justo después de Montaña, la pieza más atípica del lote, recitada y con un aire casi de rock ambiental.

 

Los contrastes entre furia (la espléndida Patria de sal, toda una declaración de amor a una Andalucía herida por “siglos de maltrato”) y lirismo aflamencado (Puerta Tierra, Fractal) se suceden durante un trabajo que, de variado y emotivo, se nos escapa en un suspiro de entre los dedos. Hay hondura reflexiva en Pasajes de lo impuro, escalas en la guitarra de la tierra (la muy flamenca Paisajes de la memoria) y muchas alusiones a la herencia árabe y moruna, como en Caravasar. Hay mucha guitarra eléctrica, sí, pero también la generosa trompeta de Manuel Pérez, especialmente brillante en la serena Pacífico. Ha nacido algo importante aquí, sin duda, y el Guadalquivir, que sabe mucho de realidades mestizas, vuelve a ser testigo de excepción del alumbramiento.

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