Conocí a Carlos Madrid no muchos meses atrás en Murcia, cuando él conducía un encuentro (o entrevista, o algo así: no quedaba muy claro) con Guille Galván, de Vetusta Morla. Ya entonces me pareció un tipo sagaz y disperso, con el cerebro lleno de ideas pero no siempre pletórico de organización. Estas cosas de los artistas, para qué contaros. Es curioso, pero ahora este flamante nuevo álbum ratifica de alguna manera, desde la perspectiva musical, aquel diagnóstico de personalidad acelerado e intuitivo. “Prácticamente nada” es un buen álbum, en algún aspecto bien brillante, que precisa de un tiempo de aclimatación; como ese típico chico raro de la fiesta al que miras con simpatía, barruntando afinidades, pero con el que la conversación no acaba de brotar fluida. La misma presentación, valiente y radical, apunta en esa órbita: no hay portada, contraportada ni libreto, tan solo una tarjeta de visita con los títulos de las 10 canciones. Prácticamente nada, obvio. Y así, sin asideros, nos ofrece el cartagenero una colección que se agranda con cada repaso, que no exhibe sus encantos de manera ostensible sino sutil. Es rock de autor que suena a Estados Unidos pero, sobre todo, retrata a su firmante como un creador sólido, incómodo, desconcertante, sagaz. Armado de una mirada lúcida y vitriólica hacia un mundo que ya no comprende ni él ni nadie, pero con el que al menos podemos echarnos unas risas de medio lado (“Salvemos el Ártico”). Hasta lo que podría ser la-consabida-canción-de-amor se impregna de inquina en “La nueva sensibilidad”, mientras que la huella de Bunbury es perceptible en “Fuerza para vivir”, con alguna línea particularmente demoledora (eso de “terminan su ‘crowfunding’ los atletas de Cristo” no puede pasarse por alto desde la primera escucha). La segunda mitad es más pausada y acústica, lo que acrecienta la tenue sensación de tormento como trasfondo del trabajo. Al final, en “Prácticamente nada” resulta que encontramos casi de todo. Es cuestión de perseverar en él e indagar entre sus recovecos.